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![]() «Mi actitud seguirá siendo combativa hasta la muerte, perseverando en beneficio de mi clase, de la clase obrera.» (Juanín, al día siguiente de abandonar la prisión de Carabanchel, 1-XII-75) |
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Oficial y no tan oficialmente, hoy ocupa mucho tiempo el hablar de la necesidad de un pacto social. Ello no es casualidad; la oleada huelguística de los últimos meses ha puesto de manifiesto muchísimas cosas, y entre ellas una fundamentalísima: «los medios que hasta hoy se utilizaron para frenar la acción reivindicativa en lo económico de los trabajadores y con ella su dinámica creativa en lo político y sindical ya no sirven y han sido desbordados por la acción de éstos».
El poder represivo del Estado ha sido incapaz, como es lógico, de anular algo que es consustancial a toda sociedad dividida en clases, esto es, la lucha entre éstas. También es verdad que la forma fascista de organización social que hoy sufrimos introduce aspectos que se desprenden de su consustancial forma de organización capitalista y que la diferencia sustancialmente de otras sociedades también capitalistas y que tienen la forma conocida como democracia burguesa.
Esta característica de nuestra situación permite que puedan establecerse pactos entre partidos y organizaciones representativas de clases sociales distintas, que reestablezcan una situación en donde todas ellas adquieran la dinámica que les es propia como personas y como clase, y por tanto la sociedad en su conjunto rompa con estos cuarenta años de oscurantismo y nos situemos en condiciones de marchar hacia un desarrollo superior en todos los sentidos, hacia la democracia. Estoy, como es claro, reafirmando la necesidad del pacto político, y lo estoy reafirmando desde un punto de vista de clase en tanto que ello nos permitirá contar con mecanismos de defensa de considerable eficacia en virtud del disfrute de las libertades políticas y sindicales y todo lo que son los derechos humanos.
Con lo expuesto no estoy diciendo que la liberación del trabajo se haya alcanzado, y por tanto, las contradicciones entre las clases hayan sido anuladas, por no considerarlo así personalmente, afirmo que el movimiento obrero no deberá caer en pactos sociales que limiten su dinámica creadora ni aún en sociedades superiores, como es la socialista.
El pacto social en su expresión última equivale, aunque sea transitoriamente, a la admisión del sistema socioeconómico que el capitalismo encierra. El movimiento obrero renunciaría con ello a algo que tienen que ser una constante en su hacer diario, la concienciación para la superación de un sistema más progresivo que nos conduzca a nuestra irrenunciable meta, al socialismo.
Y en esta situación concreta, al estar ausente, como consecuencia de ese pretendido pacto social, la acción obrera, la presión que ésta significa no se dejaría sentir y el reformismo gubernamental que quiere imponer una «democracia compartimentada» -perdón por denominar a eso democracia- tendría vía libre para imponerse, marginando a los trabajadores y a las principales fuerzas políticas y sindicales que los representan.
¿Alguien cree que sin las movilizaciones de estos últimos meses la alternativa democrática que coordinación representa habría sido posible en un proceso tan acelerado? ¿ Sin ellas el reformismo se hubiese deteriorado como opción política –que se quería presentar- a la velocidad que se deterioró? A estas interrogantes, aunque debamos de huir de afirmaciones o negaciones categóricas, yo contesto que no. El pacto social facilita la pasividad y con pasividad no hay democracia y mañana no habrá socialismo.
Lo anterior puede arrastrarnos a la conclusión de que el movimiento obrero naufraga a la inconsciencia y que quiere estar en «guerra» constantemente, sin tener en cuenta situaciones concretas tanto en lo económico como en lo político y social. Nada de eso: si alguien en este país ha sido y es consciente, ese alguien es el movimiento obrero; él ha sabido que su objetivo fundamental de hoy es la democracia y el respeto a todas las libertades humanas que lo configuran y esas libertades las defiende hoy y las respetará mañana en todo el proceso de construcción socialista, que es, repito, su objetivo.
Tanto en lo económico como en lo político, no destruye nada sin crear alternativas que lo suplan; los trabajadores no tienen ningún interés en crear situaciones sin salida. Es más, resulta previsible que las dos clases antagónicas tengan un largo camino que recorrer coexistiendo, y que en la etapa democrática que se abre bajo el impulso de las fuerzas dinámicas del país, se llegue con más facilidad que hoy a sucesivos acuerdos que permitan la mejora de las condiciones de vida de todos los asalariados, que serán más estables en la medida que quien las lleva a efecto sean auténticos representantes de su clase, surgidos de una democracia que permita a los trabajadores hacer uso de sus derechos sin limitación alguna. Pero eso es una cosa y otra muy distinta la firma del pacto social, que encierra en sí mismo la renuncia al protagonismo de clase.
Las huelgas no han destruido la economía de nuestros pueblos: la situación insegura que hoy vivimos es la consecuencia de una situación política que constriñe hasta el propio desarrollo capitalista, porque todas las medidas en el plano económico están pensadas para mantener privilegios de una casta burocrática económico-política, que todo fascismo genera y que no representa hoy ya a la burguesía en su conjunto. El Régimen, por su inestabilidad, no facilita la inversión, y sin inversión no hay desarrollo, ni tampoco es capaz de amordazar, como pretendió hasta ayer, a los trabajadores, que están dispuestos a tener el protagonismo histórico que les corresponda.
La existencia de un sindicalismo de conciliación y reformista en algunos países de Occidente hizo posible que se llegase a algunos modelos más o menos ruborosos de pactos sociales, que supongo alimentas las mentes de gentes de nuestro Estado. Pero ése no es nuestro caso ni nuestra circunstancia. Aquí y ahora tenemos un sindicalismo real que no es precisamente reformista y que está organizado y consciente de que la conciencia de clase no está perdida ni oscurecida y que evidentemente no aceptará un papel secundario en la gestión y control sociales.
Como hombre del sindicalismo activo pienso que la dinámica contestataria del movimiento sindical ha sido el motor fundamental del desarrollo industrial, tecnológico y científico de nuestros dos últimos siglos y que esa dinámica no puede convertirse en estática ni aún dentro del socialismo; de ello que, con respeto para los aspectos que lo han condicionado, tenga una actitud crítica hacia el papel que el sindicalismo juega en los países que se conocen como socialistas. Y esa dinámica contestataria me lleva a decir NO al pacto social. Con problemas crónicos, como son el cerca de millón de parados, con 345 pesetas de salario mínimo que perciben –y no más- 800.000 trabajadores, con un sistema fiscal regresivo y con otra serie de problemas que no se solucionarán tan rápidamente, si se es consecuente, no se debe pensar siquiera en pactos sociales.
Pacto político, sí, porque ello no ayudará a salir del atrofismo colectivo a que quieren someternos, porque al facilitar la ruptura democrática, se está facilitando el desarrollo global de nuestra sociedad y, por tanto, la democracia política.
Desearía no se pensase que estoy defendiendo una especia de gimnasia huelguística sin control ni perspectiva, lo que estoy planteando es que si se quiere ser realista y consecuente con las necesidades del proyecto histórico, no se puede pensar en anular su motor principal, que es la lucha de clases y que en cada momento concreto reviste formas adecuadas al mismo, pero que no olvida ni coyunturalmente.
MARCOS
(Publicado en «Verdad», órgano del PCE en Asturias. Junio de 1976)
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