Gijón, J. L. Argüelles
«Qué cabrones sois los mineros, fíjate que hacer esperar a un ministro una hora». El cordobés de Cabra José Solís Ruiz, la «sonrisa del régimen», como llamaban sus propagandistas al titular de la Secretaría General del Movimiento, miraba el reloj y hacía gala de su cultivada campechanía mientras, disimulada la ansiedad por aquel encuentro sin precedentes, alargaba la mano en busca del papel recién mecanografiado. A su lado, el gobernador civil, Marcos Peña Royo, ponía cara de circunstancias, igual que Noel Zapico, vocal de la Junta del Combustible. Ambos celebraban contenidamente las ocurrencias de su jefe, el gracejo de falangista andaluz.
La primavera pugnaba por abrirse paso en los cielos de Oviedo aquel 16 de mayo de 1962, cuando un ministro de Franco, siguiendo instrucciones del general, decidió viajar a Asturias, hasta la fragua misma de aquella huelga minera. Ni la declaración de Estado de excepción, ni los despidos, las palizas o los encarcelamientos habían doblegado el brazo de los trabajadores desde que el 7 de abril, en el pozo Nicolasa, en Ablaña (Mieres), prendió la chispa de la protesta. La empresa Fábrica de Mieres suspendía de empleo y sueldo a siete picadores y abría el telón, sin sospechar las consecuencias, de un conflicto que despertó la solidaridad nacional e internacional y llevó al franquismo contra las cuerdas.
Severino Arias Morillo, el asturiano que puso nombre al sindicato USO, era uno de aquellos mineros a los que Solís tendía su mano ministerial en busca del documento que contenía, negro sobre blanco, las reivindicaciones para resolver aquella huelga de todos los demonios. El franquismo estaba en un serio aprieto. La represión que empleó a fondo con los mineros y sus familias amenazaba con arruinar su escaso crédito internacional. Y lo que era más importante: dinamitar la petición española para obtener un tratado preferencial con la Comunidad Económica Europea (CEE), antecedente de la actual UE. Las democracias no querían saber nada con una dictadura que pisoteaba las libertades más elementales, incluida la sindical.
«Solís era un trilero que hacía que nos escuchaba, pero con prisas por viajar a Madrid y consultar cuanto antes si el régimen podía aceptar aquel documento». Medio siglo después, a sus 78 años y con una minuciosa memoria indesmayable, Severino Arias recuerda aquella tarde de mayo de 1962, cuando el franquismo dio muestras de debilidad, de ser vulnerable ante una oposición rejuvenecida en la que el PCE era la principal fuerza de choque, pero no la única. Por primera vez en la larga posguerra, un ministro negociaba con una comisión obrera elegida por los trabajadores en asamblea y al margen del Sindicato Vertical.
«Los comunistas tuvieron mucho mérito, pero la lucha no fue sólo cosa suya», recuerda Severino Arias, mierense de Santa Cruz afincado en Gijón que recuerda con respeto, desde su militancia socialista, a los veteranos militantes antifranquistas del PCE. «Mis dos escuelas fueron la JOC, de la que procedo, y mi relación con los comunistas en la cárcel de Segovia», subraya.
Pero Severino Arias tiene su propia historia, ligada a aquella tarde en la que hicieron esperar a Solís sesenta largos minutos, mientras una funcionaria mecanografiaba las reivindicaciones de los mineros. Y no sólo porque en aquel folio estuviera la base del decreto que una semana después, el 24 de mayo, el Gobierno publicó en el BOE: «Le doblamos el brazo a Franco por primera vez; hay en ese texto una claudicación que es, en mi opinión, histórica».
Severino Arias hace resaltar que el decreto del 24 de mayo, que puso fin a la primera gran huelga de 1962 (habría más ese mismo año y en los sucesivos), recoge el incremento de 75 pesetas por tonelada de carbón vendible, a repartir entre los trabajadores. Y, además, incluye la posibilidad de crear comisiones reforzadas, constituidas por representantes obreros, para negociar los conflictos futuros. Aquella concesión era un reconocimiento, más o menos explícito, de que el Sindicato Vertical era un zombi.
Hasta el 14 de mayo, el Gobierno había fracasado en su doble estrategia (represiva o por la vía del sindicalismo oficial) de poner fin a la huelga. Conspicuos intelectuales y curas que nada tenían ya que ver con la Iglesia que llevaba a Franco bajo palio apoyaron la protesta, cuyo origen estuvo en un extendido malestar social por los bajos salarios y la falta de libertad. Algunos párrocos de las Cuencas abrieron comedores sociales para socorrer a la población. Aquel lunes viajó hasta Mieres José Gómez Redondo, presidente del Sindicato Nacional del Combustible, de quien dependía la minería española.
«Redondo hizo una soflama, que el Gobierno estaba dispuesto a mejorar nuestras condiciones», explica Severino Arias, entonces inquieto oficial mecánico de Minas de Figaredo. Tenía 27 años y firmes convicciones democráticas y humanistas, mamadas en la JOC. Aquel 14 de mayo, en la Casa Sindical de Mieres del Camino, levantó la mano y le espetó al gerifalte del Combustible: «Si quieren conocer nuestras reivindicaciones tienen que hablar con gente que nos represente de verdad, y para eso deben dejar que podamos reunirnos y elegir libremente». La Guardia Civil obtuvo el visto bueno de Madrid. Así se hicieron las primeras asambleas permitidas excepcionalmente por el franquismo.
Severino Arias era un joven vigoroso pero picoteado por la preocupación. Su mujer, Berta Vázquez, estaba a punto de dar a luz a su primogénita. Aun así, se reunió con un grupo de mineros de Barredo, del que recuerda la solvencia intelectual de Ernesto Pérez del Olmo, otro demócrata de izquierdas. Y de aquel encuentro salió el borrador de la propuesta que se llevaría a los pozos y, finalmente, el documento que el ministro Solís vendría a buscar personalmente a Oviedo.
Un día después, el 17, Severino Arias informó de aquella reunión a sus compañeros en Minas de Figaredo. A mediodía dejó la plazuela del pozo y corrió, primero hasta su casa y después hasta el Hospital de Murias, en Mieres, donde su mujer sufría un parto complicado. El minero pasó allí la noche y permaneció al lado de su esposa el día siguiente, 18, hasta que nació su primera hija, Berta, la niña de las huelgas del 62: «Mi premio mayor en aquella lucha fue, junto al logro de nuestras reivindicaciones, mi hija». No sería el último pulso al franquismo. Berta tendría que cruzar algunos años después junto a Mónica y Adelina, sus hermanas, los barrotes de la prisión de Segovia para poder abrazar a su padre.
Alfonso Sastre, dramaturgo
En este artículo relato brevemente la verdadera historia de un hecho, referido a acontecimientos que ocurrieron ahora hace cincuenta años -y que pudo no ocurrir; y que sin embargo ocurrió- y de qué manera fue. El marco histórico de este hecho fueron las llamadas «huelgas de Asturias» de 1962, que empezaron en el mes de abril de aquel año, y que a mediados de mayo fueron objeto de una gran manifestación de mujeres en la Puerta del Sol de Madrid, en protesta por el silencio informativo que las acompañaba. A partir de aquella manifestación empezaron a alcanzar aquellas huelgas la gran notoriedad que luego han tenido, pero solo a mediados de octubre le llegaron a quien esto escribe algunas informaciones precisas sobre lo que estaba ocurriendo y que acabaría cristalizando en un gran hecho social y político, cuyo desarrollo tuvo estos momentos claves:
30 de septiembre: Primera carta de intelectuales al ministro franquista Fraga Iribarne, con 102 firmas.
2 de octubre: Carta de adhesiones a nuestra carta.
3 de octubre: Respuesta del ministro, negando los hechos denunciados en ella.
6 de octubre: Respuesta personal de José Bergamín al ministro.
Mediados de octubre: Carta de un grupo de asturianos en apoyo de nuestra carta.
30 de octubre: Carta sobre este tema de «falangistas de izquierda» al ministro Solís Ruiz.
31 de octubre: Segunda carta de intelectuales al ministro Fraga, con 188 firmas.
Durante ese tiempo se recibieron muchos testimonios de solidaridad con los mineros asturianos y de apoyo a los firmantes de nuestras cartas, procedentes del extranjero.
El 12 de noviembre hubo una segunda carta de Fraga, reafirmándose en su cerril negación de los hechos.
Después, el 28 de octubre de 1963, hubo una carta importante de presos de la Prisión de Burgos y otra solidaria de sacerdotes vascos a los Padres Conciliares.
Valga todo esto como somero resumen de aquellos acontecimientos, que extendieron su alcance a distintos lugares de la Península, y viene a cuento de que, con motivo de los cincuenta años de aquellos relevantes acontecimientos, el Programa «Documentos TV» de TVE2 acaba de recordarlos bajo el título de «La huelga del silencio», un título que resulta equívoco dada la gran resonancia de lo que ocurrió durante aquellos meses, si bien es cierto que no fueron precedidas de una preparación propagandística por parte de los huelguistas que, en principio, en silencio, fueron unos pocos picadores que, inopinadamente, produjeron un mar de solidaridad. La realidad es que la dictadura trató de silenciarlas, y que llegó a decretar un estado de excepción en Asturias y en el País Vasco, y que el ministro de Información (!) Fraga Iribarne puso todo su empeño y la fuerza bruta de que disponía en imponer ese silencio, que ya fue imposible, pues los hechos rompieron todas las barreras de la represión, y, desde entonces, fueron manifiestos y memorables.
Venga ahora mi propio relato. El caso es que el azar quiso que yo fuera a Asturias por aquellos días (y a eso me he referido con el título de este artículo), y ello me permite aportar hoy a la memoria histórica algunos datos de menor calibre pero de cierto interés sobre aquella gran marea social y política. Al hablar de azar me refiero, pues, a que yo fui a Asturias a otra cosa y me encontré con aquello -un mundo de torturas policíacas y de heroísmo obrero- de la siguiente manera.
Se celebraba en Gijón un encuentro sobre teatro y yo asistía invitado a él por colegas míos cuando me asaltó el duro y a la par estimulante relato de lo que estaba sucediendo en las minas y en las comisarías: las huelgas en aquellas y las torturas en estas, siendo lo más impresionante para mí que una mujer, con lágrimas en los ojos, dijo la siguiente frase, que contenía un infinito reproche: «¡Asturias está sola!». Hablando entonces muy inquieto con amigos asturianos (y ya no de teatro), pude hacerlo con mi buen amigo el pintor Eduardo Úrculo, que conocía bien el estado de las cosas, y que me prometió enviarme a Madrid unos datos concretos sobre algunos casos de torturas a los mineros y a sus mujeres, que los apoyaban en su lucha. Efectivamente, vuelto a Madrid, recibí una lista que di a conocer a mis amigos comunistas con la propuesta de hacer una denuncia de aquella situación de sufrimiento y de gran pasión por la verdad y la justicia; y propuse el arranque de una acción de protesta intelectual pública.
No era fácil y hasta pareció imposible conseguirla, porque quienes estábamos dispuestos a hacerlo no gozábamos de la notoriedad suficiente para cubrirnos algo de la represión. Y quienes gozaban de esa notoriedad -académicos, catedráticos...- no estaban dispuestos a aceptar ese compromiso. Incluso críticos del régimen como Aranguren, a quien en vano traté de convencer señalándole que en nuestro borrador, que había escrito Juan García Hortelano, nosotros no afirmábamos que aquellos datos fueran ciertos, sino que pedíamos al Ministro de Información, precisamente, que se abriera una investigación sobre ellos. Desalentados, estuvimos a punto de abandonar nuestro propósito, cuando yo recibí una nueva visita de la casualidad, la cual nos sacó del apuro en la figura de un escritor de Barcelona, José María Castellet, buen amigo que venía a visitarnos a Eva y a mí ya no recuerdo ahora para qué y se encontró con aquel borrador maldito; y entonces -ahí las ayudas del azar- lo encontró tan interesante que nos prometió gestionar su firma por grandes escritores catalanes, como Salvador Espriú. Como así fue, y el proyecto se pudo poner en marcha.
Yo no me había atrevido hasta entonces a proponerle su firma a nuestro grande y admirado amigo José Bergamín, porque, recientemente regresado de su exilio, no quería ponerlo en aquel trance, pero, ya con firmas ilustres en el bolsillo, nos decidimos a visitarle para hablarle del tema, y ocurrió lo que era de temer (y también que desear): que a mi propuesta de que leyera la carta antes de tomar una decisión sobre ella, contestó con las siguientes firmes palabras: «Desde luego voy a leerla, pero antes decidme dónde debo firmar». El azar se presentó entonces también, pero ahora negativamente, en las siguientes palabras de nuestro acompañante el novelista Angel María de Lera, que le dijo señalándole el primer lugar de las firmas: «Usted aquí, maestro». Así lo hizo él sin dudarlo un instante y de esa manera se puso en su contra una grave persecución en los medios, en los que se le acusaba de estar siempre vendido al «oro de Moscú» -poco menos que de ser un agente pagado por el Kremlin-, lo que lo obligaría a refugiarse en una Embajada y a tomar secretamente un avión en Barajas, protegido por dos funcionarios, hacia su segundo exilio.
La represión contra los firmantes también se cebó, aunque en menor escala, en muchos de ellos, y todos fuimos interrogados por un juez, a quien ocultamos el origen del documento, que hoy ha quedado aquí decididamente desvelado.
Entre la prensa que nos atacaba se destacó mucho un periódico que se titulaba «El Español», y que decía grandes ferocidades, sobre todo por la pluma de Ángel Ruiz Ayúcar, que además creo que era oficial de la Guardia Civil. El dibujante Máximo colaboraba en aquel periódico y estoy seguro de que él recordará aquel período con desagrado.
La gran figura de aquellos días fue sin duda José Bergamín, que hoy por fin «descansa en guerra» (él, igual que su maestro Jesucristo, «no había venido a traer la paz») en el cementerio de Hondarribia, en cuya tumba siempre hay flores frescas, aunque donde él realmente está es en los cielos de nuestra memoria.
No quisiera tampoco olvidar a figuras admirables como la del catalán Pere Quart (Joan Oliver). Ni comportamientos odiosos como lo fue el del filósofo José Luis Aranguren, que nos puso unas condiciones miserables -que ahora no hacen al caso- para encabezar nuestra segunda carta, o sea, para continuar aquella lucha contra la infamia que personificaba Fraga Iribarne, un gran fascista, hoy fallecido entre los elogios de los actuales gobernantes del Reino de España.
Mieres del Camino, P. Castaño
«La huelgona» del 62, que supuso el resurgimiento del movimiento obrero en España y reveló, por primera vez, la vulnerabilidad del régimen de Franco, tuvo su escenario inicial en el pozo Nicolasa. Allí, una reorganización unilateral de los turnos de trabajo en la mina y el malestar que generó entre los trabajadores fueron la mecha de un conflicto que se extendió por todo el país. Fue un gran estallido obrero que resquebrajó los cimientos de la dictadura y que tuvo una onda expansiva de carácter internacional. Nicolasa fue la mecha, y ahora también la piedra que recordará el conflicto medio siglo después.
El Ayuntamiento de Mieres, a través de la concejalía de Memoria Histórica, ha organizado para hoy un acto institucional de recuerdo de las huelgas de 1962, de las que se cumplen 50 años. El acto comenzará a las 12.30 horas en las inmediaciones del propio pozo Nicolasa, en Ablaña, donde se descubrirá una placa recordando estas históricas movilizaciones. Además, están previstas las intervenciones Cándido Méndez, secretario general de la Unión General de Trabajadores (UGT); Ignacio Fernández Toxo, secretario general de Comisiones Obreras (CC OO), y Aníbal Vázquez, alcalde de Mieres.
Desde el Ayuntamiento de Mieres se afirma que «de esta manera se rinde homenaje a todos aquellos que participaron en estas huelgas en un lugar emblemático, ya que fue en el pozo Nicolasa donde comenzó el movimiento de protesta y solidaridad que derivaría en una movilización social y laboral que se enfrentó al régimen reivindicando mejoras laborales y libertades políticas y sindicales». El acto está abierto al público, por lo que desde el Consistorio se anima a toda la ciudadanía a participar en esta cita con la memoria.
El monolito de recuerdo a las huelgas de 1962 ya está colocado a la sombra del castillete del pozo Nicolasa, propiedad de la empresa estatal Hunosa y aún con actividad. Para no afectar a las labores del pozo, el Ayuntamiento de Mieres decidió colocar la piedra conmemorativa fuera de las instalaciones de Nicolasa, junto a la carretera que comunica la localidad de Ablaña con el pozo minero. Hoy se colocará la placa sobre el monolito y los líderes de los sindicatos mayoritarios en España. UGT y CC OO , serán los encargados de descubrirla para que no se olvide un hito del movimiento obrero.
Ernesto Burgos, historiador
El éxito de la huelga minera de 1962 supuso un punto de inflexión en las reivindicaciones del movimiento obrero asturiano que salió reforzado de aquella lucha. Un año más tarde, entre la última semana de julio y finales de septiembre de 1963, más de 40.000 trabajadores volvieron a parar, aunque en esta ocasión la novedad fue ver que las reivindicaciones políticas y el reconocimiento de los sindicatos de clase estuvieron presentes desde el primer día junto a las habituales peticiones de incremento salarial y mejoras de las condiciones laborales.
Las autoridades, intentando evitar otro triunfo de los huelguistas, decidieron frenar el paro empleando la violencia policial, deteniendo y golpeando sistemáticamente a quienes identificaban como cabecillas de la protesta. Las noticias sobre estas palizas no tardaron en extenderse por todo el país, amplificadas por la prensa clandestina y la mítica radio pirenaica, sensibilizando a un amplio sector de la población.
El día 30 de septiembre el Consejo de Ministros fue informado de los rumores que hablaban de una brutalidad extrema contra los mineros y sus mujeres en Gijón y Sama de Langreo, como consecuencia de la actitud del capitán de la guardia Civil Fernando Caro Leiva, apoyado por un sargento apellidado Pérez y decidió actuar ordenando el arresto domiciliario de los dos guardias.
Quienes en las calles todavía dudaban sobre la veracidad de los hechos, vieron en esta medida inusual la prueba definitiva que disipó sus dudas y, ante esta situación, a mediados de octubre el mundo de la cultura decidió romper su silencio y mojarse, por primera vez desde el final de la guerra civil, para detener aquella violencia. Intelectuales de diferentes tendencias políticas firmaron juntos una carta dirigida al ministro de Información y Turismo Manuel Fraga, relatando los hechos que les cuento a continuación.
Antes debo aclararles que en el documento las víctimas aparecen citados con sus nombres y apellidos e incluso en algún caso con el apodo por el que se les conocía. Muchos viven todavía y algunos no tienen inconveniente en recordar estos hechos, pero otros prefieren olvidarlos y, para respetar su intimidad, voy a referirme a todos solo con sus iniciales.
El listado de atrocidades comenzaba con la supuesta muerte de R. G., minero de 36 años, a consecuencia de la paliza recibida en la Inspección de policía de Sama de Langreo, a manos de los guardias, el sargento Pérez y el capitán Caro, quien solía vestir un traje de deportes durante los interrogatorios. El hecho se fechaba el 3 de septiembre, el mismo día en el que se decía que había sido castrado S. Z y se le habían quemado los testículos a V. G.
A continuación, se relataba el caso de A., vigilante de primera del Fondón, retirado por silicosis, maltratado por el sargento en presencia de su mujer, quien no pudo aguantar la situación y se arrojó contra el torturador. Como consecuencia, fue golpeada y la cortaron el pelo al cero. Posteriormente abandonaron al minero en un camino, donde lo recogió un compañero que lo llevó a su casa de Lada; hasta allí había acudido el médico, que al verlo en aquel estado había dicho que no sabía por donde empezar de tantas lesiones como presentaba.
A renglón seguido, el documento se refería a A. Z., hospitalizado con una fractura de pómulo y la boca reventada, aunque se hacía constar que, por la coincidencia en el nombre, podía tratarse del mismo caso que acababan de explicar.
La carta citaba igualmente a J. F. T. y J. R. T., que habían sido objeto de malos tratos, y a E. C., ingresado en el manicomio de La Cadellada tras ser detenido cuando escribía en una tubería de Duro Felguera un letrero con la inscripción «El pueblo se vengará»; a las mujeres C. P. M., de la Joecara y A. V., de Lada, a las que también se les habían rapado el pelo; al minero J. A que había sido obligado a pelearse contra un compañero en la Inspección de Sama entre las burlas de los guardias y a una mujer embarazada, de nombre desconocido, golpeada en el vientre por el capitán Caro, que le había gritado tras escuchar sus lamentos: «Un comunista menos».
Los firmantes concluían así su escrito: «Son hechos, excelencia, que de ser comprobados, cubrirían de ignominia a sus autores, ignominia que también nos cubriría a nosotros en la medida en que no interviniéramos para impedir que tales vergonzosos actos se produzcan.
Es por lo que, respetuosamente, rogamos a V.E. interese de las autoridades competentes una investigación sobre las presuntas actividades de dicho capitán Caro y sobre todos estos presuntos hechos en general, así mismo solicitamos de V. E. la pertinente información sobre todos ellos. Ruego que elevamos a V. E. sin otros títulos que los que nos confiere nuestra condición de intelectuales atentos a la vida y a los sufrimientos de nuestro pueblo».
El 3 de octubre, el ministro Manuel Fraga contestó a la misiva dirigiéndose a José Bergamín en representación de todos los firmantes, señalando que algunos de ellos ya habían hecho saber que desconocían la intención del documento. Seguidamente exponía los tópicos políticos que en aquellos años manejaba el Gobierno. Según él, todo venía del estilo de actuación del comunismo que «utiliza a los intelectuales al servicio de una campaña política, voluntaria o involuntariamente, con desprecio del prestigio de su condición y como meros peones en el tablero de un juego cuyos tácticos permanecen al margen o están infiltrados entre los mismos».
Y tras acusar directamente a Radio España Independiente y a la prensa internacional de ideología progresista de estar detrás de todo, pasaba a desmontar cada una de las acusaciones que se hacían en la carta de protesta:
Según las investigaciones de la policía, R. G. y S. Z. no habían existido nunca y sus historias eran fantasías. En cambio V. B. sí había pasado a la prisión de Carabanchel, pero sin que le hubiese sometido a ningún interrogatorio; A. y A. Z. también eran reales: A., un conocido comunista casado con otra destacada activista, era un antiguo minero, que ahora trabajaba llevando recibos por el valle con una motocicleta y aprovechaba esta circunstancia para repartir propaganda subversiva, y A. Z., su amigo y camarada, acababa de salir de la prisión de Burgos. Ninguno había sufrido tampoco malos tratos, aunque la salud del último era precaria.
También constaba la detención, pero no los malos tratos, de J.F.T y J.R.T.
Sobre el caso de E. V. P., afirmaba que esta persona ya había sido detenida en 1962 y entonces ya presentaba síntomas de enajenación mental, por lo que había estado en el Hospital Psiquiátrico, pero el día 10 de mayo se le había sorprendido pintando en el horno alto de Duro Felguera con grandes letras «Franco asesino» y «El pueblo se vengará» por lo que volvió a ser detenido y conducido de nuevo al Hospital debido a su esquizofrenia paranoide y a una obsesión delirante que ya manifestaba antes de su primera detención.
Según el ministro de Información, todo lo que se decía sobre los otros detenidos era falso y ninguno había sufrido violencias. Hasta llegar a este punto, toda la argumentación no ofrecía ninguna novedad sobre la posición que mantenía el Régimen en aquellos años, negando cualquier acusación de torturas y recurriendo sistemáticamente al argumento de las campañas orquestadas en el extranjero contra los españoles que lograban engañar en el interior a algunos «tontos útiles».
Pero en el último párrafo, a don Manuel se le fue la mano al justificar como dentro de la normalidad el castigo de rapar el pelo a las mujeres, una vejación que figura en todos los manuales de tortura y que en aquel 1963, todavía recordaba demasiado en el resto de Europa a las terribles prácticas del nazismo. El político gallego, no tenía tampoco reparos en bromear con un juego de palabras y llamar a aquellos tristes hechos «tomadura de pelo». Lean e indígnense, porque no tiene desperdicio:
«Parece, por otra parte, posible que se cometiese la arbitrariedad de cortar el pelo a C. P. y A. V., acto, que de ser cierto, sería realmente discutible, aunque las sistemáticas provocaciones de estas damas a la fuerza pública la hacían más que explicable, pero cuya ingenuidad no dejo de señalarle, pues es claro que la atención que dicha circunstancia provocó en torno a sus personas, en manera alguna puede justificar una campaña de truculencias como la que se orquestó. Vea, por tanto, como dos cortes de pelo pueden ser la única apoyatura real para el montaje de toda una "leyenda negra" o "tomadura de pelo", según como se mire».
Manuel Fraga tuvo rápidamente varias contestaciones, la del propio Bergamín; la de otros intelectuales españoles y extranjeros; también los presos de Burgos, que añadieron sus propias experiencias; incluso un grupo autodenominado «izquierda falangista», pero sobre todas, destacó la de los propios afectados que, salvo en el caso del asesinato, mantuvieron todas las acusaciones, añadiendo incluso nuevos detalles sobre las torturas y sumando a los nombres de los dos guardias el del comisario Claudio Ramos, al que se hizo responsable de nuevos casos. Pero, hoy ya no tengo espacio para contarles más.
El programa radiofónico "La Memoria" se centrará esta semana en un repaso a las huelgas mineras que durante varios meses de 1962 tuvieron lugar en las minas asturianas y que supusieron un fuerte pulso al régimen franquista. Estas huelgas se extenderian a otros sectores productivos y a otras zonas del estado, Euskal Herria entre ellas, obligando al Gobierno a utlizar entre otras cosas un amplio arsenal de medidas represivas: detenciones, palizas, torturas, deportación y declaración del "estado de excepción" en Asturias, Vizcaya y Gipuzkoa. En nuesto programa estarán como invitados Vicente Gutierrez Solis, "Solis", uno de los más activos organizadores y participantes en aquel movimiento huelguístico conocido hasta hoy en Asturias como "La Huelgona", la gran huelga, y con Anita Sirgo, una de las mujeres que dinamizaron el apoyo femenino a la huelga y a la protesta. Ambos, mlitantes comunistas clandestinos, sufrirían la represión por esa labor, en el caso de "Solis" detención, palizas, cárcel y deportación y en el de Anita Sirgo la detención, las palizas, las vejaciones y la cárcel. Tambien rescataremos un audio de Dolores Ibarruri, "La Pasionaria", emitido en aquellos días de 1962 desde "Radio Pirenaica" en apoyo a los mineros asturianos y varias canciones en torno a dicha temática.
Mieres del Camino, J. Vivas
El Ayuntamiento de Mieres colocará un monolito en el pozo Nicolasa con motivo del cincuenta aniversario de las huelgas del 62. Así lo anunció el alcalde, Aníbal Vázquez, durante el acto de apertura del seminario internacional «Movimiento obrero y dictaduras», celebrado ayer en el edificio de investigación del campus de Mieres. La instalación será inaugurada el próximo día 18.
El regidor aprovechó el acto para destacar que estas huelgas «provocaron una grieta en la dictadura y obligaron al régimen a negociar con los mineros, enviando a uno de sus ministros». Un momento en el que, tal y como señaló Vázquez, «se lograron muchas conquistas y numerosos avances».
Junto al regidor, también se encontraban presentes en este acto inaugural el historiador Rubén Vega y el director de la Fundación Juan Muñiz Zapico, Benjamín Gutiérrez, así como otros ponentes. Gutiérrez mostró su satisfacción por las jornadas que «es algo que parece imposible de lograr, sobre todo en los tiempos que vivimos». El seminario es, según el director de la Fundación, «fundamental de cara a la historia y sobre todo para la sociedad en un momento en el que nos están diciendo que con movilizaciones no se consigue nada».
El historiador Rubén Vega hizo referencia, al igual que el resto de ponentes, a las huelgas del 62, «que nacieron aquí en Mieres y eso siempre es de destacar». También aludió al «paralelismo» que estamos viviendo ahora con aquello que ocurrió entonces. Otra de las referencias del historiador fue la explicación del cartel de las jornadas, un urogallo del grupo «Estampa Popular», «que simboliza al movimiento obrero en la dictadura. Al urogallo que se le podía cazar cuando se delataba, como a ellos».
J. Carlos Sanz, Puertollano
En mayo de 1962, y pese a la represión del régimen franquista, la industria minera se puso en pie de guerra para reclamar condiciones laborales y salariales dignas. La dictadura prohibía el derecho a huelga pero aún así, los mineros de Asturias no se arredraron y echaron un pulso que zarandeó las estructuras del régimen franquista.
El 25 de abril de 1962, en el grupo Nicolasa de Fábrica de Mieres, unos 25 picadores redujeron deliberadamente su ritmo de trabajo; el día 6 de abril siete de ellos quedaron suspendidos de empleo y sueldo. Aquello catalizó una respuesta obrera inédita en la época y el conflicto se extendió por toda Asturias y otras 25 provincias españolas.
El paro se prolongó durante dos meses, unos 60.000 mineros asturianos participaron así como miles de ellos en el resto del territorio nacional. Fue el caso de Puertollano, donde los mineros, impelidos por lo que estaba sucediendo en los pozos mineros de Asturias, iniciaron lo que se conoció como la "huelga de los 30 duros" .
Los mineros puertollanenses reclamaban un salario de 150 pesetas, aunque el verdadero trasfondo era la exigencia de un cambio en las condiciones de trabajo.
Homenaje de CC.OO. en el mes de septiembre
Este mes se cumplen 50 años de aquel episodio y desde el Instituto de Estudios Sociales de Comisiones Obreras CLM se pretende rendir homenaje a aquel hecho histórico. Para ello, y bajo la denominación de "Otra luz en Puertollano, este sindicato llevará a cabo durante el mes de septiembre diversas actividades para homenajear a los que consideran pioneros de la lucha obrera moderna.
"Fue el alumbramiento de la Transición" confesaba Jesús Camacho, Secretario de Acción Sindical y Salud Laboral por CC.OO. en Castilla-La Mancha, que junto con Felipe Pérez, Secretario Provincial de CC.OO., detallaron las actividades previstas para esta particular efeméride.
Y es que en el caso concreto de Puertollano, la "huelga de los 30 duros" conllevó a la eclosión de las Comisiones Obreras en la región, el "embrión" de este sindicato como señala Camacho para quien era de recibo rendir homenaje a la contribución de los mineros puertollanenses a la lucha obrera.
Pese a que cinco días antes de estallar el conflicto en las minas puertollanenses, se declaró el estado de excepción en Asturias y Bizkaia, los mineros locales no se amilanaron y comenzaron una lucha histórica.
El homenaje de CC.OO. a estos trabajadores comenzará el 17 de septiembre con la inauguración de una exposición en la Casa de Cultura. Según Camacho será una retrospectiva de aquellos acontecimientos por lo que se expondrán fotografías, recortes de prensa y otros documentos relacionados con el conflicto.
Asimismo, se tiene previsto la proyección de un documental sobre lo que significó aquella huelga en Puertollano por lo que aparecerán testimonios orales de personas implicadas.
También, los días 20 y 27 de septiembre, habrá conferencias a cargo de historiadores locales como Modesto Arias y Luis Pizarro; además, participará José Babiano, Director del Archivo Histórico de CC.OO. quien ofrecerá una disertación sobre la repercusión del conflicto de mayo de 1962 en España.
Similitudes con el contexto actual
"Queremos refrescar la memoria, tener una muestra de agradecimiento con aquellos trabajadores y sobre todo recordar un hecho relevante" comenta Camacho para quien el tributo viene como anillo al dedo porque ahora estamos viviendo "la dictadura de los mercados".
Una especie de "revanchismo económico", tilda Camacho, que tiene por objeto liquidar con el estado social conocido. Recuerda el Secretario de Acción Sindical de CC.OO. que los sindicatos ya han realizado dos huelgas generales desde que estalló la crisis económica y que los recortes del actual gobierno abocan a un escenario de creciente conflictividad social; "se está condenando a mucha gente" lamenta Camacho.
CC.OO. ve analogías entre la primavera de 1962 con el contexto actual. A juicio de Camacho atravesamos "tiempos de involución", un monumental retroceso histórico que busca acabar incluso con el derecho de huelga o minimizar el derecho de manifestación. Por eso, cree que la protesta social debe expandirse sí o sí.
Por cierto, las secuelas de la huelga del 62 fueron las siguientes: los mineros volvieron al trabajo entre el 4 y el 7 de junio, tras dos meses de huelga habían ingresado en prisión 356 trabajadores, se deportaron 126 mineros y se despidió a 198 trabajadores. Sin embargo, desde aquel momento, la clase obrera perdió el miedo a las protestas y el camino a la Transición era inexorable.
Alejandro Caballero
Entrar en Asturias por la Autopista Ruta de la Plata, y hacerlo además tras sumergirnos en las entrañas de la montaña por la ristra de túneles que lo facilitan, fue todo un símbolo para nosotros. Anticipo en el plano anímico de aquello que había impulsado este viaje a las acogedoras tierras asturianas.
Se iban a cumplir 50 años del inicio de "La huelga del silencio". Un conflicto laboral en la minería asturiana que de alguna forma, influyó de manera notable en el devenir de nuestra sociedad.
Y es que nadie en abril de 1962 podía ni tan siquiera imaginar cómo iban a afectar aquellos hechos al tránsito que vivimos desde la última dictadura fascista de la Europa Occidental hasta la monarquía parlamentaria, extrañamente más bisoña, en un país con una historia sobrada de reyes y noblezas.
Los siete de la Nicolasa
El hecho es que el 6 de abril de aquel 1962 siete mineros del Pozo San Nicolás, conocidos como "los siete de Nicolasa", decidieron elevar su reclamación de un mejor salario negándose a entrar en la mina.
FICHA TÉCNICA
"La huelga del silencio"
2012 - España - 60'
Producción: TVE
Guión: Alejandro Caballero
Realización: Rosa Alcántara
Imagen: Guillermo Veloso
Sonido: Enrique Bravo
Montaje: Marga Serrano
Grafismo 3D: Paco Díaz
Ambientación Musical: Beatriz Martín
Documentación TVE
Corresponsalía de TVE en París
Clasificación: Mayores 12 años
Su despido provocó inmediatamente una cadena de solidaridad tal, que la huelga se fue extendiendo como una mancha de aceite, primero por toda la cuenca del río Caudal, luego por la del río Nalón, más tarde alcanzó a la mina de La Camocha en Gijón, y poco a poco, se fueron sumando metalúrgicos, talleres y factorías industriales. Dos meses después se calcula que eran 300.000 trabajadores por toda España los que retaron a la dictadura con consecuencias para el futuro de gran calado.
La Historia, ¿un círculo sin fin?
Mientras circulábamos por el valle del río Caudal, observando los restos de un antiguo esplendor industrial, la imaginación nos iba llevando al pasado evidenciando las conexiones, reales y figuradas, que aquellos hechos tenían con nuestro azorado presente. Una leve sonrisa, no exenta de pesar, se nos dibujaba en el rostro al pensar en ciertos paralelismos.
Aquellos mineros fueron a la huelga por motivos muy diversos. Uno de ellos fue que había sido la clase obrera la que más había sufrido el Plan de Estabilización que el régimen de Franco, personalizado en su ministro Navarro Rubio, había puesto en marcha tres años antes para corregir los desequilibrios de la economía española.
La política de la autarquía había fracasado y aquel ajuste lo estaban pagando básicamente los trabajadores. Hay lugares comunes que dicen que la historia es un círculo sin fin y a veces, incluso parece cierto.
La solidaridad como motor
Tras entrevistarnos con muchos de los protagonistas de aquellos hechos la conclusión parecía evidente: el sentido de solidaridad fue el motor principal que animó una huelga tan larga y tan dura para los mineros. A pesar de la diversa extracción ideológica de muchos de ellos, todos destilaban un profundo sentimiento de hermandad con sus semejantes.
Eladio Gueimonde, uno de "los 7 de Nicolasa", y un personaje sin compromiso político definido, lo intentó explicar como un lazo que se forja indefectiblemente en la profundidad de la mina. Avelino Pérez, un histórico socialista que se arrojó al río Nalón huyendo de la Guardia Civil y que acabó en el exilio, también nos lo sugirió al recordar cómo las instrucciones de no colaboración con los comunistas que habían recibido de la dirección del PSOE y la UGT en el exilio no servían de nada cuando estaban codo con codo con compañeros de trabajo en la profundidad del pozo.
Los protagonistas de la huelga del silencio
Fue un privilegio poder charlar con estos auténticos héroes. La humildad de sus vidas y sus palabras contrasta con la importancia que han tenido para todos nosotros sus sacrificios personales.
No podíamos dejar de sentir una conexión invisible y espiritual con nuestra historia reciente al hablar con Anita Sirgo, militante del PCE, hija de un guerrillero desaparecido en la sierra, que en 1963 sería detenida, brutalmente maltratada bajo las órdenes del capitán Fernando Caro Leiva de la Guardia Civil, hasta el punto de perder un tímpano y vergonzosamente (para sus verdugos, por supuesto) rapada.
También con los deportados Constantino Alonso "Tinin", de 90 años, o Vicente Gutiérrez Solís, que un buen día fueron subidos a un camión y trasladados a cientos de kilómetros de su hogar sin darles tiempo ni tan siquiera a equiparse con una muda. O con José Luis Fernández Roces, minero ugetista que se quedaba sin palabras, con los ojos nublados y la vista perdida en un espacio donde deben estar los espectros inolvidables del pasado, cuando le preguntábamos por su paso por el cuartelillo de la Guardia Civil. O con los entonces seguidores de la doctrina social de la iglesia, Severino Arias, José Antonio García Casal "Pity" y Francisco Prado Alberdi, muy pronto defraudados por una jerarquía eclesial ligada a los poderosos y olvidada de los necesitados.
Recordamos también y especialmente a Jovino Ardura, otro minero de "los 7 de Nicolasa" cuyas palabras no pudimos recoger para el documental. Está retirado y sufre de ese terrible e injusto mal, llamado Alzheimer. Aún así supuso para nosotros un encuentro revelador y entrañable. Nos citamos con él y su esposa Caridad en su domicilio de El Collado de Urbiés y pudimos percibir que tras su personal laberinto de recuerdos se encontraba el corazón de una buena persona.
En Oviedo el historiador Rubén Vega iluminó nuestro trabajo antes de que empezásemos a pensar en la vuelta. Un regreso que iniciamos bajo el peso de una gran responsabilidad: estar a la altura del ejemplo que nos habían regalado toda aquella gente.
Ya en Madrid pudimos entrevistar también a Nicolás Sartorius, protagonista en primera persona de aquellos acontecimientos; a Santiago Carrillo, cuyo papel dirigente desde el exterior tuvo su máxima expresión a través de Radio España Independiente, la famosa Pirenaica; y a Armando López Salinas, escritor comunista que promovió importantes manifiestos de los intelectuales.
Una huelga pacífica y determinante para el futuro
"La huelga del silencio" sorprendió al régimen del general Franco por muchos motivos, pero sobre todo lo hizo por su carácter pacífico. Y todo a pesar de la terrible represión que la dictadura puso en marcha enseguida. Mucho tuvo que ver el factor generacional: los huelguistas de 1962 apenas habían vivido la Guerra Civil.
Los efectos de la huelga fueron muy importantes para el futuro. El movimiento obrero activó a toda la oposición democrática al franquismo, que se reunió en Münich y puso en evidencia que el régimen dictatorial seguía siendo no homologable en Europa. La victoria que obtuvieron los mineros con su huelga alumbró una filosofía basada en socavar el Sindicato Vertical desde dentro y en la constitución de comisiones de obreros que, poco después, originaría el nacimiento de un nuevo sindicato, Comisiones Obreras.
Pero sobre todo, "La huelga del silencio" supuso un impulso anímico imprescindible para todos aquellos, a izquierda y derecha, que esperaban lograr un sistema de convivencia basado en los principios de la democracia.
LA HUELGA DEL SILENCIO
Documentos TV, RTVE, 6 de mayo de 2012 |
Bibiana Coto
Era un 16 de abril de 1962 cuando una breve noticia en la prensa francesa hacia salir del ostracismo la huelga minera asturiana. "Le Monde" se hacía eco de un conflicto silenciado en el territorio nacional. Tras esta publicación se unirían otras, de igual carácter, publicadas por "The New York Time" o "Il corriere della Sera" que ampliarían su espacio informativo y darían a conocer al mundo lo que estaba sucediendo en Asturias y por extensión, en el resto de España. Las concentraciones en apoyo a estos trabajadores también se extenderían en diferentes partes del territorio internacional llegando incluso a EEUU. También en Bélgica y Francia, donde se estaban ejerciendo las mismas reivindicaciones por las condiciones laborales de los mineros, aunque éstas eran en un clima de ambiente democrático.
La huelga se inició de forma clandestina –no había otra forma-. Así, el 7 de abril en el Pozu Nicolasa, en Mieres, como consecuencia del despido de siete picadores se encendió la mecha la solidaridad obrera que puso en jaque al gobierno franquista que por primera vez. A pesar de que no era la primera movilización de este carácter, esta vez el gobierno se vería obligado a negociar a través del Secretario General del Movimiento, José Solís Ruíz, al que apodaban "la sonrisa del régimen".
Los primeros en iniciar el parón fueron los mineros de la instalación de Ablaña, entonces propiedad de Fábrica Mieres. Posteriormente la huelga afectó a toda la minería asturiana, a la que se le unió el sector metalúrgico y los obreros de la construcción. Las consignas eran silenciosas, sutiles. Los esquiroles no eran increpados con palabras, un delgado lecho de maíz les servía para tomar conciencia de donde estaba su lugar como trabajador. Eran tiempos en los que expresar siquiera un deseo, podía suponer cárcel.
El 16 de abril, cuando la prensa francesa se hacía eco por primera vez de estas protestas, la huelga ya se había extendido a varios pozos y en ella participaban unos 60.000 mineros. Seis días más tarde, la represión que había estado presente desde los primeros se haría más que evidente. A las tres compañías de la policía armadas que se desplegaban en la cuenca minera de Asturias se les unirían otras dos que habían sido llamadas a acuartelamiento para enviarlas con carácter urgente a la región. Aquel pequeño movimiento obrero que se había iniciado en el Pozu Nicolasa era "vox populi" fuera y dentro de nuestra región.
Esta represión se consolida cuando se dicta el estado de excepción en Asturias, Guipúzcoa y Vizcaya. En estos momentos las cárceles pasarán a encerrar a 396 personas y el número de huelguistas ascenderá casi a los 300.000 en toda España. Por esta época, un periodista alemán que ya trabajaba a pie de calle en las inmediaciones de los pozos asturianos, relataría que la policía armada estaba presente en diferentes puntos y en la calle cada vez se veían menos personas. Siempre en pequeños grupos de dos o tres individuos. Las huelgas de Asturias se extendían ya a otras provincias hasta llegar a un total de 25. Los movimientos de apoyo hacia los obreros se materializaban en diversos puntos de España. Los intelectuales firmaban manifiestos bajo la fina letra de Menéndez Pidal. Las mujeres vinculadas al arte organizaban concentraciones en Madrid y eran detenidas. En las universidades cantaban el "Asturias Patria Querida" antes relegado al cancionero etílico. Las cárceles se llenaban de presos y los Reyes de España se casaban en Grecia mientras que la revista "Ecclesia", órgano oficial de Acción Católica Española, salía a la calle defendiendo el derecho a la huelga. Algunos párrocos de Asturias eran desterrados a zonas rurales, donde sus arengas no podían ser escuchadas. Donde sus iglesias no pudieran ser utilizadas para la organización obrera. Los pequeños comerciantes fiaban a aquellos que veían como el hambre iba llegando a sus hogares. Los vecinos hacían acopio de buena voluntad y repartían lo que tenían entre las diferentes familias.
Con todo esto, y viendo imposible paralizar el movimiento huelguístico que había surgido, el 15 de mayo el gobierno decide negociar a través de la figura de José Solís Ruíz. Los trabajadores piden que los obreros designen representantes que lleven sus reivindicaciones al gobierno, a lo que finalmente acceden. Como consecuencia de estas negociaciones el gobierno aprobará el aumento del precio del carbón para permitir la subida del salario a los mineros y con esta medida, se reanudará el trabajo en las minas. Sin embargo, el clima de reivindicación obrera vivido durante estos meses no caerá en el olvido. Las peticiones de los obreros llegarán a suelo internacional a través de críticos del régimen que estaban dentro y fuera del país en el llamado "Contubernio de Münich", que hará que el resto de Europa aislé a un franquismo deseoso de ingresar en la comunidad.
En agosto de 1962 volvían otra vez a surgir los problemas, pero esta vez el gobierno de la nación decidía acallarlos a base de "deportaciones". Así, los trabajadores que habían estado secundando ambas huelgas vieron como se veían obligados a dejar su vida atrás y acudir a diferentes puntos de España, donde siempre había una vigilancia extrema hacia sus actividades. Todos y cada uno de ellos se veían obligados a acudir presencialmente una o dos veces al día, incluso más, a las diferentes sedes de las autoridades competentes para ser controlados.
Los acontecimientos que marcaron esta huelga fueron observados por el resto de españoles, que miraban hacia Asturias intentando ver la "luz del candil" que marcara el próximo movimiento.
Aitana Castaño
Anita Sirgo lleva años repitiendo la misma historia de represión y no se cansa de hacerlo. "La gente joven tiene que saber lo que pasó, es fundamental no olvidar", apunta desde su casa, la misma que entonces, en el barrio obrero de San José de Lada. "En 1962, cuando llega la huelga, en el Partido Comunista ya había una gran organización y unión. Nuestra labor con las mujeres comenzó al mes o así de arrancar los paros porque la cosa empezaba a romperse, había grupos de esquiroles que se disponían a ir a trabajar, vimos que no podíamos consentir que la huelga se acabara y que los mineros volvieran a trabajar sin conseguir nada de lo que pedían", rememora Sirgo. Así fue como ella, junto con un grupo de camaradas, fueron picando puerta por puerta para convencer a otras mujeres de que había que hacer algo. Y vaya si lo hicieron. Comenzaron presionando a los esquiroles para que no bajaran a la mina y llegaron a poner en jaque al régimen con sendos encierros en la Catedral de Oviedo y el Arzobispado: "En el resto de Asturias no sabía lo que estaba pasando en Langreo. Nosotros queríamos que se supiese en toda España y fuera de ella, y lo conseguimos", apunta Sirgo. En todo el tiempo que duraron las huelgas, esta langreana de energía inagotable destaca "la solidaridad de vecinos y comerciantes de las cuencas que fueron muy generosos con las familias mineras". Las asambleas de mujeres podían reunir a 200 personas en un tiempo "en el que había mucho miedo y represión". Ésto último lo vivió Anita, junto a su compañera y amiga Tina la de la Joécara, en sus propias carnes con palizas y cortes de pelo a navaja para dejarlas marcadas. Su historia está recogida en el corto "A golpe de tacón" de la directora Amanda Castro. "Nos daban palos para ver si decíamos el nombre de algún dirigente del PCE, pero nunca hablamos. Querían saber dónde estaba Horacio ´El paisano ´y todos los nombres que le pudieramos dar Tina y yo. Pero nada. Yo llegué a decir que estaba embarazada para que no me pegaran y cuando lo dije, el Capitán Caro me respondió ´un comunista menos´", apunta Sirgo cuyo marido, como ella, también sufrió cárcel y tortura. Ninguna de las dos cosas le ha restado a ella, en todo este tiempo, ni un ápice de su fuerza y sus ideales.
Aitana Castaño
"Las huelgas del 62 de Asturias marcaron un antes y un después para el régimen franquista, ésa fue su gran gesta, con ellas comenzó el declive de Franco". Así de tajante, desde su descanso murciano, se expresa el destacado militante socialista Avelino Pérez. Su vida, vinculada a las siglas del PSOE y a las de UGT desde mediados de los años cincuenta, estuvo marcada por los 16 meses de prisión a los que fue condenado por sus acciones antifranquistas y también por los 14 años de exilio forzado en Francia. Pérez, natural de Boal, llegó al país galo en agosto de 1962, "el mismo día que nacía mi segunda hija, ya teníamos un niño", huyendo de las más que seguras torturas e interrogatorios a los que iba a ser sometido por ser uno de los dirigentes encargados de organizar el sistema de propaganda del UGT durante las huelgas mineras. Su huída es recordada por muchos de los que le conocen ya que empezó en el centro de Sama. "Me había entregado en el cuartelillo porque me habían seguido hasta casa y no quería que a la familia le pasara nada. Me ofrecieron ser su confidente. Les dije que no contaran conmigo para eso y les insté a que me devolvieran las 6.000 pesetas que habían cogido en mi casa. Me las dieron y me soltaron. Yo caminaba con la certeza de que me iban a matar", explica el que fuera secretario general de UGT Asturias (1976 y 1979) y diputado del PSOE por Asturias en las Cortes (1979-1982). Pérez sigue rememorando: "Y lo intentaron, comenzaron a dispararme pero yo corría más que las balas. Llegué a la altura del río y no lo pensé, me tiré, dejé que la corriente me arrastrara y, a la altura del Pozo Fondón salí. De ahí fui a casa de un amigo, que me dio ropa, y más tarde andando por el monte, hasta Las Felechosas, donde me escondieron mes y medio. De ahí para Bilbao y después a Francia". El exilio, en el que pronto se reunió la familia, fue la atalaya desde la que pudo analizar las consecuencias de aquellas huelgas. "La corriente de solidaridad tanto dentro como fuera de España fue impresionante. A las reivindicaciones de los mineros pronto se unieron los intelectuales, los estudiantes, los profesores, incluso parte de la Iglesia. Ya nunca más se pudo parar", concluye Pérez.
Aitana Castaño
Al Pozu de Carbones Asturianos (Samuño) no tardaron en llegar las noticias de los paros en Nicolasa por el despido de unos mineros. Las condiciones laborales eran pésimas en todas las explotaciones carboníferas: Se cobraba poco y la seguridad brillaba por su ausencia. "La pota estaba caliente desde hacía tiempo", explica Ignacio Peón, que por aquel entonces ya militaba en el Partido Comunista. Este langreano, residente en El Entrego "desde que morrió Franco", no lo dudó y en plena vorágine cogió un crayón y bajó hasta Ciañu, medio escondido, pintando consignas en cada curva de la carretera: "Mieres nos necesita", "Compañeros a la huelga". Peón reconoce que al principio "la huelga no tenía nada de político, no estaba, como quisieron hacer ver a la gente, fabricada por Rusia. La huelga nació de la voluntad de la gente de mejorar su situación. Eso sí, los que se pusieron delante dando la cara tenían una afiliación política y fueron los que pagaron las consecuencias represoras". Palizas, torturas, detenciones y destierros, como el que vivió el propio Peón durante nueve meses, fueron algunas de esas consecuencias. Cuando la guardia civil lo fue a buscar a la huerta donde sembraba patatas él ni siquiera se sorprendió. "Todo el mundo sabía quién éramos los comunistas", apunta. De Tuilla, donde vivía, le mandaron a Oviedo donde había otros 126 compañeros. Peón explica que "no sabíamos que iban a hacer, después entendimos que lo único que querían era deshacerse de nosotros". Fue ya en el pueblo de Arrabal del Portillo, en Valladolid, donde Peón supo que estaba desterrado, y que no podría volver a Asturias hasta nueva orden. En esa parte del destierro tuvo con él a su mujer e hijo. "A los tres meses me llaman del cuartel y me dicen: Asturiano, ya te puedes ir para donde quieras menos para Asturias", recuerda el histórico comunista que añade que "decidí acercarme hasta León, porque estaba cerca de Asturias y porque había minas. Cuando llegué a la estación leonesa, allí mismo, aluciné, conocía a todo el mundo, me encontré a no sé cuántos deportados que andaban igual que yo". Peón, que en León tomó contacto con otros desterrados como Otones o Gutiérrez Solís, fue de los primeros en poder volver al Principado: "Que finalmente todos pudiéramos regresar s fue, aunque ellos lo negaran, otra derrota de la dictadura".
Aitana Castaño
Francisco Roces Fernández creció con el compromiso en las venas. Este militante "de siempre" del PSOE y vecino de San Martín del Rey Aurelio, nació en la parroquia langreana de Tuilla un 16 de noviembre de 1923. Las huelgas de 1962, de las que ahora se celebra su cincuenta aniversario, le encontraron trabajando de "postiador" en el Pozo Venturo de Carrocera, muy cerca de donde se había casado y había empezado a formar una familia. "Empezó en Nicolasa, por unos despidos y pronto llegó al Nalón. Se paró todo, la gente, los vecinos, los comercios respondieron muy bien, las mujeres ayudaron mucho. Fue algo de las cuencas. Todos se volcaron", explica desde el Centro Social de El Entrego a donde acude cada tarde. Roces, al que de pequeño llamaban "Pachín" y ahora aún le cae algún "Pachu" tira de memoria para recordar los nombres de camaradas, familiares y amigos a los que la represión de aquellas reivindicaciones en particular y del régimen franquista en general hicieron la vida imposible: "José Ramón García Carrio, José Luis Fernández Roces, Luis Fernández Roces, Florentino Vigil y Velino Pérez, éste se escapó por el río", rememora el entreguín que explica que "las huelgas comenzaron porque no podíamos seguir trabajando en las condiciones en las que estábamos". Antes de aquel 62, y siempre apelando a su espíritu socialista, Pachu le tocó militar en la clandestinidad de sus queridas siglas. Ya de niño, durante la guerra y la postguerra más inmediata, participó de enlace con la guerrilla que estaba en el monte. "Les llevaba el periódico El Avance para que lo leyeran los fugaos", explica. Su vida en la zona rural le permitió seguir colaborando con compañeros y apunta que "en los pueblos estábamos más organizados, había mucha juventud y podíamos darle cobertura a los que estaban en el monte". La lucha de Roces no pasó desapercibida nunca para la autoridad. Un "punto rojo" en su ficha de la policía le impedía moverse con toda la libertad que él quisiera. Un día, ya en los setenta, fue a pedir el pasaporte y no se lo daban: "Lo dije allí y lo repito ¡No tienen nada contra mí! No he cometido ningún delito, ni he robado ni he matado. Y si no, que me detengan".
Aitana Castaño
Que las Huelgas del 62 eran un asunto de todos, y no solo de los mineros, se demostró cuando parte de la Iglesia de las cuencas se involucró, hasta más allá de sus posibilidades, en las reivindicaciones obreras con los objetivos comunes de recuperar la justicia social y la libertad que la dictadura había aniquilado tras la Guerra Civil. De todo ello sabe mucho Aida Fuentes Concheso. Ella, que aquella primavera era la responsable en Laviana de la JOC (Juventud Obrera Cristiana), recuerda que "en la JOC estábamos muy sensibilizados con la injusticia que vivía nuestra sociedad. Esto no era bien visto por todo el mundo. Ahora nos llamarían anti sistemas". El trabajo de apoyo de los jóvenes católicos se materializó, en el concejo lavianés, en la creación de un comedor solidario donde dar apoyo y ayuda a las familias de los trabajadores que, al estar en huelga, no cobraban. Fuentes explica que "en Barredos planteamos a Caritas la posibilidad de abrir el comedor pero el que por entonces era el responsable en Laviana no quiso. Eso sí, contábamos con el apoyo del párroco, Don Gerardo, y pudimos sacarlo adelante. Así fue como empezamos a suministrar alimentos de primera necesidad a las familias. Algunas comían allí, otras lo iban a recoger". Fuentes Concheso estaba inmersa en estas labores solidarias cuando fue sorprendida con una detención. Ella, que junto a otras compañeras, había servido de enlace a los mineros y los sindicatos fue interrogada en el cuartelillo de Sama durante más de una hora. El origen familiar de Fuentes, muy ligado a la Iglesia Católica (su hermano Corsino Fuentes era entonces el cura de Ciañu) le permitieron volver a la calle sin problemas. "Él también fue perseguido por posicionarse junto a los mineros. Con otros curas de las comarcas apoyó un comunicado, que leyó en la Iglesia, apoyando las reivindicaciones. Todos los sacerdotes que lo hicieron fueron relegados lejos de las cuencas. A mi hermano lo mandaron a una braña de Navelgas", apunta la lavianesa.
Desde la distancia que dan los años Fuentes considera que la principal consecuencia de aquella huelgona que hizo temblar al régimen en 1962 fue que "se perdió el miedo y se empezó a hablar de libertad y organización. La gente empezó a decir: Se puede, si no miramos para otro lado, podemos", concluye.
Aitana Castaño
"Tuvo su origen en las pésimas condiciones laborales. Fue un movimiento laboral, pero la represión posterior del franquismo lo convirtió en algo político". Ésta es la primera frase que pronuncia el lavianés Jesús González cuando se le pregunta por las huelgas de 1962 en Asturias. Por aquel entonces, él era un guaje de 16 años que trabajaba en Coto Musel y recuerda que "el paro iba subiendo valle arriba. Primero en los pozos empezaban unos pocos y después se unía el resto hasta que se paraba todo". González diferencia las primeras reivindicaciones, de primavera, con la que sucedieron meses después "mucho más fuertes, con mucha más represión" aunque reconoce que "fue en zonas como Langreo donde los compañeros comprometidos lo pasaron peor, fueron más perseguidos". "Se luchaba para mejorar las cosas ni más ni menos", resume el lavianés que añade que "tras aquellos años convulsos se empezaron a crear las asociaciones de vecinos, de cultura...La sociedad se dio cuenta de que todos juntos podíamos hacer cosas y que la solidaridad entre unos y otros era fundamental".
Era también primavera, pero de 1968, cuando Jesús fue detenido por repartir propaganda. Estuvo dos semanas en la cárcel lo que le conllevó la retirada de los beneficios mineros. "Por mucho que alegué que desde la cárcel era difícil ir a trabajar, nada". Y después, el infausto destino de la mili. Primero fue destinado a El Ferral, después a Medina del Campo. Tras el ejército y como consecuencia de continuar con sus labores de propaganda y defensa del partido, en el PCE -donde ingresó en 1964-, fue detenido y enviado a la cárcel. Estuvo en prisión en Oviedo, Jaén y Palencia. "Nos hacinábamos más de 100 presos políticos, pero estábamos bien". Entre rejas coincidió con mineros (de Mieres), con integrantes de partidos clandestinos o de ETA, también con Gerardo Iglesias. "Todos los días había asambleas y charlas. En Jaén se organizó el PCE desde dentro de la cárcel gracias a un funcionario afín", recuerda mientras explica cómo "se introducían ejemplares de El Mundo Obrero en la prisión dentro de los tubos de pasta de dientes".
Tras su paso por prisión, Jesús González volvió a pedir trabajo. Eligió tres pozos donde quería integrarse -como hacía todo el mundo- pero le mandaron a un cuarto, La Cerezal, del que fue primero enlace sindical y después Secretario General de CCOO.
José Manuel Zapico García, Secretario General CCOO Nalón
Se cumple el cincuenta aniversario de les huelgues de 1962. Uno de los episodios más importantes en la historia del movimiento obrero, pues los mineros asturianos iniciaron una movilización sin precedentes. Rebelándose contra condiciones de trabajo infrahumanas, y anhelando espacios de libertad y democracia, lograron provocar las primeras grietas en los muros de la Dictadura Franquista.
Tenemos que traer al presente su ejemplo de lucha, no sólo por respeto y tributo a sus protagonistas, sino sobre todo para seguir su camino, hoy contra la Dictadura de los Mercados.
El pasado 29 de marzo, desarrollábamos con gran éxito una Huelga General en nuestro país, para dar respuesta a la reforma laboral más agresiva contra los derechos de los trabajadores/as de los últimos treinta años. Además, la enmarcamos en el inicio de una ofensiva para frenar a un Gobierno, a una banca y a una patronal, insaciables, que quieren acabar con todo.
No se conforman con que casi seis millones de personas estén al paro, no se conforman con que se haya dado dinero público a la banca privada provocando el famoso déficit, no se conforman con que el poder adquisitivo de los trabajadores/as y pensionistas haya retrocedido de manera sangrante con el aumento de un 45% de los precios desde la entrada del euro, no se conforman con echar a las personas de sus casas, no se conforman con nada.
Ahora, crean una amnistía fiscal para los ladrones que estos años han defraudado a la Hacienda Pública, criminalizan cualquier tipo de resistencia pretendiendo introducir en el Código Penal la desobediencia civil y pacífica como acto terrorista, quieren privatizar la Sanidad (pagar por los medicamentos, pagar por el uso de los servicios médicos) y la Enseñanza (más alumnos/as por aula, menos profesores/as, subir las tasas para que nuestros hijos/ as no puedan ir a la Universidad).
Quieren cerrar la minería del carbón. Renunciar a nuestra soberanía energética, haciéndonos dependientes de la energía nuclear y de terceros países. Crear más paro y precariedad, hiriendo de muerte a las comarcas mineras que antaño dieron riqueza y trabajo.
Por todo ello, es imprescindible, que unidos golpeemos una vez más, por dignidad y porque se lo debemos a los que tanto han luchado por nosotros/as. Demostremos que la clase trabajadora es motor de cambio por un futuro mejor. Cantemos "Hay una luz en Asturias que alumbra España entera y es que se ha levantado toda la cuenca minera..."
El 3 de mayo, en la Sala de Prensa de CCOO de Euskadi (Uribitarte, 4), y con la presencia de Ruben Vega (Universidad de Oviedo) y José Antonio Pérez (UPV), tuvo lugar la conferencia "Aquella primavera del 62. Las huelgas en Asturias y en el Pais Vasco" para recordar las huelgas del 62.
En aquella primavera los mineros asturianos se declararon en huelga. Aquel conflicto se conoció como "La huelgona". Pero el caso asturiano no fue algo aislado: en el País Vasco los/las Trabajadores/as reaccionaron no solo como un movimeinto de solidaridad hacia sus compañeros/as asturianas/os, sino planteando también sus propias reivindicaciones.
La represión que sufrieron a consecuencia de ello, con las detenciones, despidos y destierros, llevó a la union de los trabajadores/as y a la creación de la Comisión Obrera Provincial de Vizcaya, una plataforma representativa que exigió la readmisión de los trabajadores.
50 años después de aquellos acontecimientos, cuando estamos viviendo de nuevo una primavera roja, es necesario recordar estos acontecimientos.
Mieres del Camino, J. Vivas
La villa mierense recibió esta semana la visita de Nicolás Sartorius (Madrid, 1938). Su presencia venía motivada por la proyección del documental «Hay una luz en Asturias-Testigos de las huelgas de 1962». Un trabajo en el que Sartorius, junto a otras personas que fueron testigos de esas huelga, cuenta sus vivencias. En su caso, al frente de un despacho de abogados laboralistas ubicado en El Entrego centrado en la defensa de los derechos de los mineros. Sartorius también es uno de los cofundadores del sindicato CC OO y, en la actualidad, además de dedicar gran parte de su tiempo como articulista y escritor, también es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.
–¿Cuál fue su relación con las
huelgas del 62?
–Acababa de terminar prácticamente
la carrera y, junto a otros
compañeros, como Manuel Peláez,
Luis Campos y un abogado de
Santander, decidimos montar un
despacho laboralista en El Entrego.
Nos dedicábamos a llevar
asuntos laborales en defensa de los
mineros. Fue en ese momento
cuando se produce el movimiento
en la comarca del Caudal, por
Mieres, y nos organizamos. Hicimos
un manifiesto y octavillas que
repartimos por el Nalón llamando
a la solidaridad, que había que secundar
la huelga y era importante
la unidad de todos los trabajadores.
Conseguimos que se pusiera en
huelga toda la cuenca del Nalón.
–Pero no fue el único logro.
–No, conseguimos que toda la
minería asturiana estuviera en
huelga durante mucho tiempo.Y
después el conflicto se extendió a
otros muchos sitios de España,
siendo la mayor huelga que se había
producido durante la Dictadura.
Participaron casi cuatrocientos
mil trabajadores en toda España.
Además, movilizó a estudiantes e
intelectuales. Fue un gran movimiento
y retó a la dictadura y a la
falta de libertades. Tuvo una trascendencia
enorme, porque impidió
que las comunidades europeas
aceptasen la dictadura.
–¿Cómo fue la represión del
régimen franquista?
–Brutal. En mi caso, me detuvieron,
me metieron un consejo de
guerra, me condenaron y me enviaron
a la cárcel. No solo a mí,
también a otrosmuchísimos mineros.
También hubo malos tratos,
torturas en las comisarías, en los
cuartelillos... Sin embargo, nació
un movimiento de solidaridad muy
importante en Europa. Se desenmascaró
la dictadura ante la opinión
pública europea desembocando
en que las comunidades europeas
no aceptaron a España, que
era lo que quería la dictadura.
–¿Recuerda alguna anécdota
de entonces?
–Siempre me acuerdo de una
cuando estábamos haciendo las
octavillas. Se hacían con una vietnamita,
que constaba de un tablero
de madera y un rodillo de lavadora
en el que se echaba la tinta.
De ahí salían las octavillas. Estuvimos
Peláez y yo toda una noche
haciendo las octavillas, pero nos
sobraba mucho papel. No sabíamos
qué hacer para que no nos
descubrieran, y no se nos ocurrió
otra cosa que hacer una fogata en
el retrete. Se organizó una humareda,
casi quemamos el retrete y la
casa. Empezó a salir humo por la
ventana, pensamos que nos iban a
descubrir pero no pasó nada, eran
las cinco de la mañana y no había
nadie por las calles.
–¿Qué diferencias hay entre
aquellas movilizaciones y las de
ahora, se acabarán algún día?
–Creo que las movilizaciones
de los trabajadores no deberían
acabar nunca. Entonces tenían un
componente muy duro porque
estábamos en una dictadura. La
huelga era un delito de sedición
según el código penal de sedición,
se consideraba como un levantamiento,
con el que era muy
duro y arriesgado hacer huelgas.
Hoy, en democracia, la huelga es
un derecho fundamental recogido
en la Constitución. Las huelgas
se tienen que seguir haciendo
porque son el instrumento de los
trabajadores para reivindicar sus
derechos.
–Las huelgas de ahora no son
tan crudas, ¿hemos perdido el
alma de guerreros?
–No, pero las circunstancias han
cambiado. En la dictadura, toda
manifestación o huelga se politizaba
porque no había libertades, con
lo que aquello parecía como más
guerrero. Pero hoy la gente también
sale a la calle. Recientemente,
ha habido una huelga general
convocada por CC OO y UGT que
ha tenido una repercusión enorme,
con manifestaciones inmensas. No
tienen el carácter de aquella época
porque evidentemente son legales,
no como en la dictadura.
–Como cofundador de CC OO, ¿cómo aprecia la evolución
del sindicato?
–Se ha convertido en un gran
sindicato, el primer sindicato de
España, en este momento, en número
de delegados, con lo que es
un orgullo haber contribuido a su
creación. Es una gran organización
social que participa en todos los
convenios colectivos, que es la forma
de sacar ventajas y mejorar las
condiciones de trabajo de los empleados.
Pero también participa en
todas las negociaciones a nivel estatal,
con el Gobierno, con la UGT,
con la COE...
–¿Cómo semaneja el sindicato
con los datos de paro?
–Hacer sindicalismo cuando
hay más de cinco millones de parados
es muy difícil, las personas
tienen temor a peder su empleo,
los que lo tienen, y se está en una
situación de desventaja. Creo que
el sindicato lo está haciendo bien,
está actuando con bastante energía
en esta situación. Pero cara al futuro,
dada la situación que hay en
España y en Europa, hay que llamar
de alguna manera a la rebelión
cívica en contra de esta política
económica que nos está llevando
al desastre.
–¿Qué opina sobre los recortes
que propone el Gobierno?
–Hay cosas muy graves.Años
de lucha sindical y política para
crear un estado de bienestar en España
se están desbaratando, y hay
que oponerse a ello. Además, cuestiones
como que ahora se les quita
la cartilla a los inmigrantes que no
justifiquen una serie de cosas o que
no hayan cotizado suponen una
medida terrible y lo único que van
a conseguir es congestionar las urgencias.
Hay una ola xenófoba
contra los inmigrantes en Europa,
se está viendo en Francia, Dinamarca,
Austria, y en España también.
Los judíos de los años 30 son
ahora los inmigrantes.
–También se habla del gobierno
de los mercados.
–Es la impresión de los ciudadanos,
que los gobiernos, en lugar de
mirar por los intereses de los ciudadanos,
que son los que les votan,
instrumentan sus medidas teniendo
en cuenta cómo caen en los
mercados. Parece que son los mercados
los que gobiernan cuando el
poder lo tienen los gobiernos. Estos
ejecutivos podrían perfectamente
poner un impuesto a las
transacciones financieras internacionales,
el eurobono para poder
invertir o utilizar el banco de inversiones
europeo para hacer grandes
inversiones.
–¿Y el dinero?
–Dinero hay. Cuando los gobiernos
dicen a los ciudadanos que
se ha despilfarrado, que se ha gastado
demasiado, es mentira. El
problema es que se les han hecho
muchos regalos fiscales a los que
tenían más dinero. También están
los paraísos fiscales, que se dijo
que se iba a acabar con ellos y no
se ha hecho nada. Ahí, hay una
cantidad de dinero que resolvería
todos los problemas de la deuda de
Europa, pero no les meten mano.
«Espero que en Asturias se forme un gobierno de izquierdas, que sería más estable»
–¿Cree que se podría hacer una
política distinta?
–En Francia, el señor François Hollande
está proponiendo otra política
diferente. Hay que hacer un plan de
recuperación de la economía y más
impuestos para poder hacer inversiones.
España, sin embargo, está matando
la futura recuperación, cortando
inversiones en I+D+i o en la educación,
que es el futuro. De hecho, ya ha
habido una protesta de un sinfín de
científicos quienes han denunciado
que lo que están haciendo es un disparate,
que se tienen que ir fuera de
España porque aquí no tienen posibilidades.
–Habla de Hollande en Francia,
¿está la izquierda recuperando terreno
en Europa?
–Espero que sí. Pero si no cambiamos
de política, acercándonos más a
la recuperación económica del empleo,
hay riesgo de que aumenten las
posturas de la ultraderecha, populistas,
xenófobas, contra los inmigrantes.
Vemos ejemplos como la escala
de Marine Le Pen en Francia, pero
también se dan en Holanda, Dinamarca
y Austria, donde están creciendo
los partidos de la extrema derecha y
supone un peligro muy grande para la
democracia. De todos modos, sí vemos
cambios para bien, como ocurre
en Asturias, donde espero que se forme
un gobierno de izquierdas, que sería
más estable y mejor para la región.
Espero que los que pueden hacerlo sean
sensatos.
Jorge M. Reverte
En 1962, hace 50 años, en España pasaron muchas cosas. Tantas, que cambiaron de forma sustancial las relaciones internas en un país que vivía ya más de dos décadas de opresión por la dictadura franquista.
España era entonces un país miserable en lo material, azotado por las secuelas de la guerra, y por los efectos de un Plan de Estabilización que pretendía abrir, por primera vez desde 1939, las fronteras a la economía mundial. En el occidente de Europa, en un proceso que todavía estaba lleno de contradicciones, se estaba construyendo el mejor de los sueños, el de una economía potente que crecía a un ritmo con pocos precedentes, dentro de unas normas democráticas que permitían a los ciudadanos expresarse en libertad tanto en la calle como en las urnas, y curar las heridas que había dejado abiertas el gran conflicto mundial de 1939 a 1945.
España era, además, un país miserable en lo político. El abominable dictador que gobernaba a su antojo estaba apoyado en una extensa base social adoctrinada por la Iglesia más regresiva; aterrada por un ejército de pacotilla que sólo servía para recordar pasadas glorias y reprimir las ansias de libertad de los vencidos y de muchos de los que habían sido vencedores; y encuadrada obligatoriamente por una nutrida multitud de hombres del Movimiento, que se quedaban con los puestecillos de medio sueldo y los pequeños cargos en sindicatos y la administración del Estado a cambio de ejercer el matonismo ideológico en cada pueblo. Con ellos, una clase empresarial acostumbrada al dinero fácil, a los obreros humillados y el favor del Estado.
En aquel ambiente de colores grises y discursos tabernarios, se produjeron dos acontecimientos que hicieron que las cosas comenzaran a cambiar: las huelgas asturianas de la primavera, y la reunión de Múnich, donde por primera vez se sentaron a una misma mesa representantes de los vencedores y los vencidos de la guerra civil para buscar, juntos, una salida política al sofocante régimen franquista.
La primavera asturiana fue un hecho insólito. Millares de mineros fueron a una huelga general que no había convocado nadie ni fue, en principio, encabezada por nadie. Un acto colectivo de enorme trascendencia política que trajo de cabeza al régimen, porque no sabía cómo combatirlo. Los mineros asturianos no actuaban empleando la violencia, ni apenas podían celebrar asambleas. Todas sus acciones se fueron desarrollando en silencio, con gestos de hombres que no se ponían el mono o mujeres que arrojaban maíz al paso de los esquiroles para llamarles gallinas. La policía no sabía a quién detener, porque los heroicos militantes comunistas que, de cuando en cuando, se atrevían a desafiarles, estaban en la cárcel o no eran los promotores; ni los socialistas de la UGT, a los que su dirección en Francia había prohibido participar en conflictos que les pudieran llevar a la cárcel; ni los anarquistas, casi desaparecidos.
Los que conducían aquella huelga eran jóvenes que no habían luchado en la guerra, por mucho que hubieran padecido sus secuelas. Y no tenían nombres que estuvieran en los ficheros policiales. Eran obreros comunes, muchos de ellos concienciados, a pesar de la Iglesia franquista, en movimientos como las Hermandades Obreras de Acción Católica o las Juventudes Obreras Católicas. Se llamaban Severino, Piti, Lourdes o Aida. Y nadie sabía nada de ellos. Algunos se convirtieron después en líderes sindicales, y fundaron nuevas asociaciones como la Unión Sindical Obrera, o participaron en la creación y el desarrollo de un movimiento que se llamó Comisiones Obreras.
Aquel movimiento huelguístico que acabó contagiando a casi toda España, desde la siderurgia vasca hasta los latifundios andaluces, pasando por la industria catalana y madrileña; un movimiento que animó a los estudiantes de las grandes ciudades a levantarse con coraje contra la dictadura; que movilizó a los intelectuales para atreverse a firmar cartas públicas contra Franco, encabezados por gente como Menéndez Pidal. Aquel movimiento significó el desguace de la organización sindical única, y anunció el nuevo sindicalismo de clase que fue clave para el final del franquismo por su capacidad de movilización y su radical exigencia de libertad; mejor dicho, de libertades, como la de asociación y la de expresión.
Las huelgas de Asturias tuvieron un eco enorme en el exterior, y su represión provocó la animosidad de toda Europa contra el régimen franquista, que intentaba mostrar por entonces su cara más amable para llamar a las puertas de la incipiente unión económica. Los obreros asturianos significaban el final de la guerra civil y luchaban contra un sistema que seguía en ella, como se demostró por la represión feroz que desarrolló en aquellos momentos.
La reunión de Múnich tuvo un carácter no menos decisivo. La nómina de los que acudieron a la ciudad bávara para restañar las heridas que las diferencias políticas habían provocado durante la guerra entre unos y otros, suena ahora como si fuera un listado de gentes de otro planeta. A muy pocos jóvenes les dicen nada hoy los nombres de Salvador de Madariaga, Rodolfo Llopis, José María Gil Robles, Joaquín Satrústegui o Dionisio Ridruejo.
Son hombres que dejaron de importar para la política española hace ya mucho tiempo, que ni siquiera tuvieron un papel decisivo en la transición política comenzada en 1976. Pero que abrieron caminos tan importantes como el de la reconciliación. No fue un camino sin tropiezos. Ahora pueden resultar incluso hilarantes las disculpas de Gil Robles para que nadie pensara que había hablado con algún comunista o que, ¡parece increíble!, alguno llegara a pensar que le había estrechado la mano al líder socialista Rodolfo Llopis.
La simple firma común de un documento en el que se pedía que España confluyera con Europa en la aceptación de las libertades políticas y sindicales, de que se pudiera elegir a los representantes políticos en las urnas, esa simple firma les condujo a unos al confinamiento lejos de sus domicilios y a otros al exilio.
No hubo después de Munich un camino común para los firmantes de esos documentos. Lo que sí se produjo fue la ruptura con el discurso del odio. Democristianos, liberales, socialistas, republicanos y, desde fuera, comunistas, pudieron, a partir de entonces, hablar entre ellos sin que la amenaza física hiciera acto de presencia.
El año 1962 significó el fin de las consignas de la guerra civil para casi todos los españoles, excepto para los franquistas y, de forma pasiva, para quienes sufrieron todavía durante muchos años, su represión. Fue la antesala de la transición de 1976, aunque esta ya tuvo nuevos protagonistas.
¿Sirve de algo recordarlo? No estoy seguro. Sí, para sacar una lección histórica importante: aquellos acontecimientos decisivos, aquellos momentos repletos de épica democrática anticiparon un tiempo nuevo, uno de esos momentos de los que se dice que "ya nada volverá a ser lo mismo".
Hoy, muchos se preguntan si el movimiento sindical es algo caduco, al tiempo que vemos cómo los grandes poderes monopólicos dictan sus leyes implacables con una fuerza que ni siquiera Lenin se atrevió a pronosticar.
Hoy también, muchos se preguntan si la democracia, tal como la entendemos, es útil para gobernar a los pueblos de Europa, que ven cómo su soberanía se menoscaba desde las mismas instituciones que han elegido los ciudadanos. Hay que tomar decisiones inmediatas y no da tiempo a consultarlas, casi ni a discutirlas, y además no estaban en ningún programa político.
Hoy discutimos si nos sirven los sindicatos que nacieron del impulso de Mieres, y si están desfasados los manifiestos democráticos redactados por políticos e intelectuales en Múnich hace 50 años.
Pero lo que latía en aquellos movimientos, lo que impulsaba a aquellas gentes es lo que España, y Europa, necesitan que reaparezca. Y que lo haga en cualquier parte. Porque, como diría un castizo, "oye, es que, si no, nos comen".
(Jorge M. Reverte es periodista y escritor)