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El catedrático afirmó en la presentación de "La rebelión de la cultura en Asturias" que echa de menos "más participación en los asuntos públicos"
R. V. Montoto, Mieres del Camino
"El asociacionismo cultural comenzó a languidecer con la llegada de las libertades", afirmó Benigno Delmiro Coto en el acto de presentación de su última publicación, titulada "La rebelión de la cultura en Asturias. Las sociedades culturales frente al franquismo", un acto organizado por la asociación "Amigos de Mieres" que contó con la colaboración del Ayuntamiento de Mieres y el Club LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas.
La obra presentada, a cuya publicación ha contribuido la Fundación Juan Muñíz Zapico, es un estudio del fenómeno de las sociedades culturales asturianas surgidas a raíz de la aprobación de la Ley de Asociaciones de 1964, en el que el filólogo entreguín analiza la actividad de las 22 entidades más destacadas de Asturias, caracterizadas por haber llevado la cultura al mundo obrero y sido centros de oposición y lucha contra el régimen franquista.
En representación de "Amigos de Mieres", Darío Díaz destacó la profundidad y rigor de una obra que explica qué fue la cultura popular, en la que "el autor es Delmiro pero las protagonistas son muchas asociaciones".
Por su parte, el concejal de Memoria Democrática del Ayuntamiento de Mieres, Sergio Gutiérrez, resaltó la función de las asociaciones culturales asturianas como instrumentos de formación política y lucha contra el tardofranquismo.
"La consideración de la educación como un fin del ser humano parte de la Ilustración y experimentó gran auge al ser asumida por el movimiento obrero de finales del XIX y principios del XX, que lo entendió como el camino hacia la libertad y condición indispensable del avance social", explicó Delmiro, catedrático de Lengua y Literatura, que en su texto resalta el inmenso trabajo del movimiento asociacionista en los más diversos planos, convirtiendo al obrero en actor, todo ello encaminado "a crear conciencia obrera".
Delmiro dedica un capítulo de la obra a detallar la historia, los estatutos, fundadores, componentes, actividades y avatares sufridos por 22 asociaciones culturales asturianas, víctimas del sistema represivo. "Amigos de Mieres, que llegó a tener 3.500 miembros, fue cerrada tres veces y fueron muchas las asociaciones atacadas y sancionadas", recordó el autor, que contrapone las debilidades de la cultura oficial, caracterizada por su hermetismo, la influencia religiosa y la renuncia a la modernidad que se respiraba en Europa, frente a una cultura popular actualizada, "que llamaba a inventar, interpretar, criticar y disentir". "El asociacionismo cultural supuso rebeldía y repulsa activa frente a la oferta pasiva oficial", añadió Delmiro, que echa de menos en la actualidad "mayor implicación activa y razonada en los asuntos públicos".
Represión
"La Ley de Asociaciones del 64 fue un intento de acicalar el régimen con el propósito de entrar en Europa, pero el mundo ya era conocedor de la represión minera del 57, 62 y 63", señaló el autor. "La obsesión del régimen era impedir que las fuerzas obreras se organizaran; de ahí el entramado represivo sobre un movimiento asociativo determinado a intentar colar los derechos de reunión y manifestación", expuso.
La obra de Delmiro, que abarca el periodo 1964-1984, finalmente se detiene en los motivos que llevaron al decaimiento de este movimiento, un declive que comienza tras la caída del régimen franquista y agravado a partir de las elecciones municipales de 1979, cuando buena parte de los motores de las asociaciones se integraron en los cuadros de formaciones políticas y sindicales, ocupando muchos de ellos cargos públicos. "Entonces, los clubes, asociaciones y ateneos dejaron de ser útiles para los partidos de izquierda", señaló Delmiro, que denuncia "la incapacidad y renuncia de la izquierda política para plantear una cultura popular propia y distinta".
"En la cuestión cultural se pasó de la importancia del contenido a la del envoltorio, una cultura popular convertida en mercancía y que dejó de estar a disposición de la conciencia de clase", lamentó el autor. Benigno Delmiro Coto concluyó reclamando el resurgimiento de una cultura popular "para una ciudadanía formada, concienciada y crítica".
El historiador Delmiro Coto destaca, junto a miembros de Gesto y la Cultural Gijonesa, la labor de "crítica" de los colectivos durante los 60 y 70
R. Valle
La presentación del libro "La rebelión de la cultura en Asturias. Las sociedades culturales frente al franquismo" de Benigno Delmiro Coto fue la excusa perfecta para que, en un abarrotado Club LA NUEVA ESPAÑA de Gijón, el autor tirase junto a Nacho González, de Gesto; Pedro Roldán, de la Cultural Gijonesa; y el historiador y moderador del club, Luis Miguel Piñera, del "hilo rojo" de la historia local. El hilo que conecta aquellas entidades de los años sesenta y setenta "que fueron verdaderos hervideros de cultura popular y militante, de las que partieron iniciativas políticas", en palabras de González, con esta nueva generación de integrantes de unas asociaciones culturales que, ya sin luchar contra el franquismo, "siguen teniendo mucho sentido". "El sentido de crear una sociedad civil crítica", en explicación de Roldán.
A ese hilo sumó Piñera las historias de la academia de García Rua o las culturales del Natahoyo y Pumarín, pero también el recuerdo a Radio Kras, a los días de la Cultura en la carbayera de los Maizales o a la "Semana negra". Todas, dijo, herederas de un pasado industrial gijonés que animó a los obreros a organizarse. También en sociedades culturales.
El libro de Delmiro Coto describe con todo lujo de detalles la historia y vida de 22 de esas entidades en el marco temporal que va de 1964 a 1984. Entidades cuyos miembros eran activistas contra el franquismo y donde la cultura suponía "inventar, criticar, discernir". "Cada actividad cultural popular era una acción política", recordó el autor que puso especial énfasis en destacar la singularidad asturiana en lo que tiene que ver con la proliferación y activismo de este tipo de organizaciones. "Asturias en esto era distinta como distinta era la resistencia obrera aquí", sentenció. Colaboró en el acto la Fundación Juan Muñiz Zapico.
"LA REBELIÓN DE LA CULTURA EN ASTURIAS"
Pedro Alberto Marcos
Todo libro escrito con claridad, conocimiento y entusiasmo, no solo es un soplo de aire vivificador sino también una alegría que merece expresarse sin ambages. Si además quien lo ha escrito es amigo personal, y sobre todo un filólogo e investigador reputado como Benigno Delmiro Coto (1), esa alegría resulta aún mayor. Permítaseme por tanto recibir esta "Rebelión de la Cultura en Asturias" (las sociedades culturales frente al franquismo) como ya lo han hecho decenas de personas, bien fuese durante su primera presentación el pasado mes de diciembre en el salón de actos del Archivo Histórico de Asturias, en Oviedo, o más recientemente en el club de Prensa de La Nueva España en Gijón: con agradecimiento hacia el autor ante el magnífico esfuerzo recopilatorio realizado, a la Fundación Juan Muñiz Zapico promotora de la iniciativa, a la editorial KRK por el resultado final de la edición y al Gobierno del Principado sin cuyo apoyo económico posiblemente este libro no sería una hermosa realidad tangible.
Dice Benigno Delmiro que las casi 500 páginas de esta Rebelión podrían ser muchas más porque la historia de las asociaciones culturales asturianas durante el franquismo, pese a las dificultades naturales y sobrevenidas para consultar documentación pero con la ventaja de contar con testimonios de muchas personas que fueron protagonistas de aquel tiempo, son un pozo sin fondo en el que anidan por igual ejemplos tan extraordinarios como las Fiestas de la Cultura, las censuras, multas, sanciones y actitudes provocadoras de la Brigada Político Social de la dictadura, el espíritu resistente de la izquierda clandestina, y sobre todo ese hálito esperanzador que logró sobreponerse a la dura represión que hubo de soportar la clase obrera en un tiempo de atraganto. Sus protagonistas fueron, viene a decirnos Benigno Delmiro, unos rebeldes con causa, no tanto partidista como abierta a la inquietud, al conocimiento, al disfrute del pensamiento plural, a la información por entonces secuestrada y rota, es decir, a la libertad.
Como el autor ha tenido además la amabilidad de invitarme a escribir el epílogo del libro aprovecho por tanto las últimas palabras de ese texto para cerrar estas breves anotaciones sobre las asociaciones culturales:
"(...) De ahí venimos, cierto, pero no hay el menor atisbo de nostalgia ni melancolía al recordarlo, aunque sí agradecimiento a cuantas personas, unas conocidas y reconocidas, otras anónimas, cuyos nombres, rostros, palabras y gestos perviven en nuestra memoria".
(1) Delmiro Coto es natural de Les Roces (San Martín del Rey Aurelio), doctor en Filología, ejerció su magisterio como catedrático de Lengua y Literatura hasta alcanzar la jubilación. Es autor de los libros "Literatura y Minas en la España de los siglos XIX y XX", "Escritura creativa en las aulas" y de la biografía de "Faustino Sánchez"
Juventino Montes
El filólogo y catedrático de lengua española y literatura en la educación secundaria (que trabajo entre otros sitios en la Universidad Popular de Gijón), Benigno Delmiro Coto, acaba de publicar en KRK con la colaboración de la Fundación Juan Muñiz Zapico, un estudio detallado de lo que supusieron para Asturias las sociedades culturales frente al franquismo.
Es de todos conocido el papel jugado en la dictadura por las asociaciones de vecinos (ya antes desde las de cabezas de familia), ateneos culturales…A favor de las libertades políticas y sindicales; ya que eran pocas las posibilidades de organización y reunión que había en aquellos años de pérdida de libertades, tras el levantamiento de una parte del ejército contra el legítimo Gobierno de la República; y no hay que olvidarse, que en esas asociaciones estaban las personas más conscientes, casi todos muy politizados, pues la mayoría de sus dirigentes estaban a su vez afiliados a los partidos políticos de izquierda, pero poco sabemos de los detalles de su creación, de los problemas para su legalización o de las trabas que tuvieron que saltarse los promotores de estas organizaciones.
En el prólogo del libro, Francisco Prado Alberdi presidente de la Fundación Juan Muñiz Zapico dice que: Negar el acceso a la formación y la cultura siempre fue una manera de facilitar la explotación y la opresión. Así lo entendieron las organizaciones obreras desde su creación por eso ya en el siglo XIX crearon Ateneos, Casas del Pueblo y otras formas de combatir la ignorancia, conscientes de que el conocimiento y la cultura los hacía más libres y fuertes y por ello también los poderosos consideraron a la cultura popular como subversiva.
Pues bien, en este libro de Benigno Delmiro, titulado: La rebelión de la cultura en Asturias (Las sociedades culturales frente al franquismo), podemos recordar y conocer al detalle el funcionamiento, los promotores, los problemas con los que se encontraron debido a la censura de aquellos años de la dictadura, para desarrollar su labor y un montón de anécdotas; dedica el autor un buen número de páginas a los que existieron y que algunos aún siguen con su actividad, como el Ateneo Jovellanos, la Academia de García Rúa, Gesto Teatro de Cámara, Sociedad Cultural Natahoyo, Sociedad Cultural Pumarín o la Sociedad Cultural Gijonesa.
Pienso que es un libro muy interesante para conocer el movimiento asociativo en Asturias y desde luego el de nuestra ciudad durante la dictadura, ya que si bien hay estudios sobre los movimientos sociales en la transición y en democracia, hay muy poco escrito con los detalles y la rigurosidad que nos proporciona este libro de Benigno Delmiro, fruto de años de investigación y recopilación de documentos algunos inéditos.
Pedro Alberto Marcos
Cuando Manuel Fraga Iribarne fue nombrado en el año 1962 ministro propagandista de Franco su único objetivo era asegurar la continuidad de la dictadura, lo que exigía, entre otras cosas, darle una mano de pintura al régimen e intentar blanquear los principios del Movimiento Nacional, cuya expresión populista era el llamado Fuero de los Españoles. Con ese objetivo nació la Ley de Asociaciones de 1964, si bien un año antes Fraga ya había dado muestras de su impronta "aperturista" al defender ante las democracias europeas el fusilamiento del militante comunista Julián Grimau, a quien despectivamente calificó como "ese caballerete", o manipular cinco años después la muerte del estudiante Enrique Ruano, perteneciente al clandestino Frente de Liberación Popular, asesinato cometido por la policía política del régimen, aduciendo que se había suicidado lanzándose por la ventana de un séptimo piso y utilizando al diario ABC para imponer un falso relato periodístico de lo sucedido. Por el medio estuvieron los cinco estados de excepción (1967-1971) declarados por la dictadura a causa de las huelgas obreras, creando así un ambiente que en el caso de Asturias se expresaba con una intensa represión, en forma de torturas, despidos laborales y deportaciones.
Pese a todo, antes de que la nueva ley franquista permitiese la creación de asociaciones que no estaban controladas directamente por el régimen, ya existían iniciativas que apuntaban en la dirección de romper con el miedo y la abulia, características esenciales de aquel tiempo de silencio. De hecho, en Oviedo, a través de la Federación Universitaria Democrática (FUDE) se promovían actividades e iniciativas culturales bajo la batuta de jóvenes airados como Juan Cueto, Ignacio Quintana y Fernando Corugedo. Cerca de la FUDE, formando parte de otro pequeño núcleo de desafectos a la dictadura, estaba también el Teatro Español Universitario (TEU) con Carlos Álvarez-Nóvoa al frente, así como la Alianza Francesa, dirigida entonces por Pedro Caravia y Juan Benito Argüelles. Tal como recordaría años después Pepe Avello:
(...) había una inquietud crítica (en los jóvenes) a causa de un sentimiento de falta de libertad. A mí lo que me interesaba era la literatura, el teatro, la poesía, pero la política estaba presente en todo el ambiente cultural.
Así pues, tal como suele ocurrir con frecuencia a lo largo de la historia, no hubo por entonces cortes radicales que permitan identificar grandes cambios respecto a la cultura franquista imperante, basada en la censura y en las a veces estridentes limitaciones a la libertad de expresión (véase al respecto el regreso al pasado de la ley Mordaza de Rajoy que entró en vigor en 2015); pero por la misma razón puede asegurarse que la cultura española comenzó a ser posfranquista mucho antes de la muerte del dictador.
Así que antes de que comenzasen a funcionar las Asociaciones existían ya iniciativas culturales bajo el paraguas de la Universidad de Oviedo, a través de otras entidades relacionadas igualmente con la enseñanza, con el incipiente movimiento ciudadano (las Asociaciones de Vecinos y de Padres), o con entidades ecologistas como los Amigos de la Naturaleza Asturiana (ANA). Llegado el momento, personas vinculadas a las organizaciones políticas clandestinas fueron quienes más impulsaron las Asociaciones Culturales, apoyándose en la ya mentada ley de 1964, mientras que grupos parroquiales de la Iglesia Católica hacían lo propio tras la apertura religiosa propiciada por el Concilio Vaticano II, a partir de 1965.
El listado de asociaciones que van surgiendo poco a poco arranca en Gijón con las de Pumarín, el Natahoyo, la Cultural Gijonesa y Gesto (inicialmente un grupo de teatro creado en 1964 que pasaría a ser asociación cultural); seguirán las de Amigos de Mieres, Amigos del Nalón en Sama, el Club Delta en Avilés, la Asociación La Amistad en El Entrego, y el Club Cultural en Oviedo, reforzando en este último caso el papel de las asociaciones ya existentes en la capital del Principado, sobremanera el Ateneo, en el que Juan Cueto era responsable del aula de cine y Pepe Avello de la de poesía; y por supuesto, la Alianza Francesa. Todo este entramado, de apariencia inicial dispersa, fue poco a poco conformando espacios de libertad en los que, tal como se recuerda en otras partes de este libro, los jóvenes de entonces tuvimos acceso a un mundo político y cultural radicalmente distinto al que ofrecía la vida cotidiana en los barrios y pueblos, ya fuese bajo la tutela intratable del alcalde franquista surgido de las filas del Movimiento, la mirada desconfiada y severa del sargento de turno que asentaba sus poderes desde el cuartel de la Guardia Civil, y —en menor medida— del cura párroco, toda vez que la evolución del clero a raíz de las huelgas mineras de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, con el añadido del cambio de actitud en el Vaticano durante y después del papado de Juan XXIII, habían situado a muchos curas en el bando de las organizaciones políticas clandestinas que luchaban por la democracia y el fin de la dictadura.
Posteriormente, se añadirían al cambio sociocultural otras entidades, como los Ateneos que habían sido creados bajo la tutela del Opus Dei pero que acabaron en manos de grupos de trabajadores, cambiando radicalmente de orientación y actividades.
De distinto origen pero con un potencial económico enorme, la Obra Social y Cultural de la Caja de Ahorros de Asturias impulsaba por entonces numerosas actividades cinematográficas, musicales, pictóricas y teatrales, que en buena medida compartían público con las Asociaciones Culturales.
Persiguiendo fantasmas (Marx, Engels y compañía)
Queda dicho que mientras las Asociaciones Culturales pugnaban por abrirse camino, la cultura oficial seguía secuestrada por el poder político, manteniéndose el desfase típico y tópico de los sistemas autoritarios entre lo escrito, lo comunicado y la realidad circundante. Sujetos al ordeno y mando, los funcionarios del régimen, además de prohibir los actos considerados ilegales, también realizaban registros frecuentes en los locales de las Asociaciones, requisando libros, carteles y murales, bien porque estaban firmados por Marx, Engels o Palmiro Togliatti, o simplemente porque aludían a la guerra de Vietnam o a la historia del Movimiento Obrero, actuaciones que en algunos casos extremos podían terminar en cierres temporales y en multas. De alguna manera, las Asociaciones, además de reivindicar una cultura democrática, apostaban por "la política de lo pequeño", alejada de las grandes iniciativas y proyectos culturales, muchas veces simple reflejo de los intereses propagandísticos de las administraciones. Por otra parte, el a veces manido concepto de "democracia cultural" defendido por André Malraux, animando y corrigiendo iniciativas de los grupos que conviven en una determinada sociedad, encajaba mucho más con lo se hacía desde las asociaciones que con lo que se impulsaba desde la Diputación provincial o los Ayuntamientos franquistas, remitiéndonos a las sociedades libres europeas en las que, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, las clases populares alcanzaron un gran desarrollo de las políticas culturales y que, superado el ecuador del siglo XX, desembocarían en la llamada "Animación Sociocultural" promovida por la UNESCO.
Superadas las dificultades iniciales, y a rebufo del evidente declive de la dictadura, las asociaciones asturianas deciden poner en marcha un proyecto que marcará posteriormente buena parte de su historia: la "Fiesta de la Cultura", centralizada en Gijón por el impulso de las sociedades existentes en la ciudad. El periodista José Luis Argüelles señala al respecto que en Asturias los dos hitos del antifranquismo fueron las huelgas mineras de 1962 y el "Día de la Cultura". En mi opinión acierta plenamente, toda vez que tanto en un caso como en el otro se trataba de luchar contra la dictadura reivindicando las armas propias de la democracia: los derechos civiles, sobremanera los de expresión, reunión, huelga y manifestación, es decir, la esencia del magisterio que impartían las Asociaciones Culturales. Y es que entre ambos hitos había puentes de comunicación evidentes: en palabras del profesor Elías Díaz, "zonas reales de encuentro entre las éticas de los principios, los deberes y las convicciones, por un lado, y las éticas de responsabilidades, utilidades y resultados, por otro". La libertad y la democracia.
Así pues, cabe asegurar que la primera parte de la Transición fue una época magnífica para las Asociaciones Culturales, si bien las cosas comenzaron a cambiar tras legalizarse las organizaciones políticas y sindicales y aprobarse la vigente Constitución en 1978, dando paso a una nueva etapa en aquellos pequeños templos laicos que permitían ya sin cortapisas el ejercicio de los derechos democráticos básicos, por los que tanto y tan intensamente se había luchado. Ocurrió entonces que muchos de los que habían dirigido la lucha cultural desde las asociaciones, manteniendo a su vez la militancia política en los partidos de izquierdas, eran reclamados por sus organizaciones para iniciar una nueva etapa en la administración pública como concejales, alcaldes o asesores. No fue la única razón, cierto, pero sí de las más importantes; el hecho es que los locales fueron languideciendo poco a poco, algunos hasta su desaparición, realidad que tuvo su reflejo más evidente en la muerte de uno de sus símbolos más relevantes, la "Fiesta de la Cultura", en 1984.
Suele decirse que la realidad cambia cuando se entrecruzan dos mundos que nunca habían estado cerca antes, o que, cuanto menos, se habían rozado pero sin mirarse: uno, el de las generaciones nacidas en los años 50 y 60, aquellos jóvenes irredentos que intentaban cambiar el pasado sombrío y triste a través de la información y la participación, y otro el de las Asociaciones Culturales, creadas por el resistente aliento del antifranquismo militante a través de los partidos y sindicatos clandestinos, de los cristianos progresistas, de los maestros, profesores, artistas y creadores comprometidos, así como de todas aquellas personas que sin pertenecer a ninguno de esos grupos supieron defender con toda dignidad las ideas democráticas a través de la cultura y la educación. Las ansias de unos y las esperanzas de otros les empujaron hacia un mismo punto de encuentro.
De ahí venimos, cierto, pero no hay el menor atisbo de nostalgia ni melancolía al recordarlo, aunque sí agradecimiento a cuantas personas, unas conocidas y reconocidas, otras —las más— anónimas, cuyos nombres, rostros, palabras y gestos, perviven en nuestra memoria.
Intervención de Inés Illan
Antigua cárcel, hoy Archivo histórico de Asturias. En ese teatro de la memoria, se dejó ver ayer "La rebelión de la cultura en Asturias. Las sociedades culturales frente al franquismo", un libro-registro de todo eso sin nombre que estaba ocurriendo, entre bastidores, a la vista. "Eso" no era otra cosa que las formas reales de lo imposible que iba adoptando la lucha de colectivos singulares, por dar a luz la democracia, o sea, otra cultura.
En la mesa, sosteniendo al libro: el autor y los coautores: Benigno Delmiro, Francisco Prado Alberdi, Pedro Alberto Marcos; la Directora General de Emigración y Memoria Democrática, Begoña Serrano; Úrsula Mier, responsable del área de Empleo y Formación de Comisiones Obreras de Asturias. Con palabras precisas y la elocuencia propia de la oratoria clásica, se fueron explicando las razones y los avatares del libro, recordando, recordando cómo "las ansias de unos y las esperanzas de otros" empujaban hacia un mismo punto de encuentro. En el ambiente revoloteaban emociones que no eran expresión de un sentimentalismo huero sino de valores. El recordatorio de tantas penas de cauce oculto, no sonó a copla de melancolías ni nostalgias, sino a razones de agradecimiento y renovación del "studium", el interés político, el compromiso, el deseo de una cultura que no sea mero juego de sociedad y lucimientos individualistas.
Al parecer, se han acabado las respuestas e incluso las preguntas... y entonces ¿qué está pasando? Mientras lo averiguo y averiguamos, les deseo, nos deseo Felices Fiestas Navideñas y si vienen acompañadas de un buen final del proceso de investidura y los Reyes Magos nos dejan de regalo un buen Gobierno, miel sobre hojuelas.
Entrevista a Benigno Delmiro Coto en RPA Cuencas Mineras, por la presentación de su libro "La rebelión de la cultura en Asturias".