Primer premio
      Paloma Hidalgo Díez: La última puerta abierta

Accésit asturiano
      Alberto Carrio Sampedro: Texedora de suaños

Accésit joven
      Laura Gonzalez Tirador: El gato del Astronauta

Accésit testimonio histórico
      David Fernández Tamayo: Octubre

Menciones especiales: asturiano
      Miguel Redondo García: Colás, el de Rufona
      María Roberto Fernández Osorio: Por un poco de maíz

Menciones especiales: testimonio histórico
      Rosi Serrano Romero: Es otoño y no llueve
      Juan Luis Ruiz Sánchez de Molina: Truco de magia
      José Quesada Moreno: De la Pañoleta al mar

Menciones especiales: joven
      Lorena Escudero Sánchez: La primera mina
      María Elena Martínez Martínez: De cuando truena

Menciones especiales: castellano
      David Castrillo Cachón: El carbón perpetuamente es negro
      Gabino Busto Hevia: El mensaje de la lámpara

Microrrelatos Mineros 2010 Microrrelatos Mineros
VII Concurso Manuel Nevado Madrid -2010-

En este libro se recogen los microrrelatos ganadores y seleccionados del VII Concurso de Microrrelatos Mineros Manuel Nevado Madrid.
 
Fundación Juan Muñiz Zapico y KRK Ediciones
ISBN: 978-84-8367-323-2
Oviedo, 2011, 88 págs.


 

PRIMER PREMIO
Paloma Hidalgo Díez: La última puerta abierta
La última puerta abierta
La última puerta abierta (La Nueva España, 11.08.2011)

Cuando llegó al pueblo esperaba encontrar una vida un poco más fácil. Separarse de su familia fue un amargo trance, pero albergaba la esperanza de empezar de nuevo. El tiempo transcurría y una tras otra las puertas en las que conseguir un trabajo se cerraban ante sus problemas. Sólo permanecía abierta una, tan negra y oscura como el carbón que procedía de sus entrañas. Ante el temor a una nueva negativa, decidió esta vez hacer las cosas de manera diferente. Una buena imagen sería de gran ayuda, así que frente al espejo del baño de la pensión, cortó uno tras otro aquellos mechones rebeldes que caían sobre su frente. Necesitaría un traje de pana, uno de segunda o tercera mano que estuviera en buen uso, un calzado y una boina que cubriese el miedo de sus ojos. Cuando lo tuvo todo, se armó de valor y se presentó a pedir un puesto en la mina.

Quizá fue la suerte, quizá el destino, el caso es que en su primer día de trabajo nadie se percató de su presencia, una sombra más entre los que acudían a arrancar carbón. La oscuridad sólo rota por la lámpara acoplada a su casco, y el polvo que impregnaba su piel, sus pulmones y su ánimo, se convirtieron pronto en sus únicos amigos. El miedo a un derrumbe, a perder un brazo en un desprendimiento se paseaba por su mente mientras recorría de rodillas la distancia que se le antojaba enorme hasta la veta. Su escasa fuerza física quedaba compensada con las ganas de sacar adelante a su hijo. Tras una jornada extenuante, al sentirle entre sus brazos de nuevo, pensó que su sacrificio valía la pena y decidió continuar, curó las ampollas de sus manos y las cicatrices de su alma y puntual cada mañana se presentó al tajo.

Más de un mes, ya habían pasado cuarenta días cuando sus compañeros decidieron apodarle "el mudo", quizá si hubieran buscado en su mirada de cielo de verano, habrían encontrado todas las palabras que por miedo a ser descubierta no pronunciaba. Pero los tiznajos del carbón sobre su rostro aún aniñado le proporcionaban un maquillaje perfecto, el pecho comprimido tras una venda y los trasquilones que dejaron los bucles de su hermosa melena tirados en el suelo, completaban el camuflaje necesario para que una madre soltera como ella pudiera sacar adelante a su hijo.


 
ACCÉSIT ASTURIANO
Alberto Carrio Sampedro: Texedora de suaños
Texedora de suaños
Texedora de suaños (La Nueva España, 18.08.2011)

Faltáben-y unes puntaes por dar pero nun hebo tiempu. Fízose de nueche mui ceo. Magar que tenía los güeyos avezaos a la escuridá yá nun-y daben pa menudencies. Posó la colcha en cestu y llevantóse a mirar pel ventanu la cocina. Taba'l cielu rasu. Nel prau temblaba'l xelu reflexando'l brillu les estrelles. Facía frío, munchu frío. El creciente de payares taba yá casi enteru y les solombres de les castañales pelaes truxéron-y al recuerdu pantasmes d'otros tiempos.

Punxo a calecer un cacín con vinu y figos pasos na chapa. Xorrascó un pocoñín el fuéu y sentóse nel escañu a lleer el papel. Les lluces azulaes de les camionetes que xubíen y baxaben pel caleyón metíense dacuandu pente los visillos cafiando dientro la cocina. Echó'l vinu nun concu y dexó los figos en cazu. Punxo más a calecer. Volvió a asomase al ventanu. Había dos camionetes de los guardies aparaes delantre l'horro. Andaríen atapecíos pela mata, a la gueta de los que vinieren del pozu per Sarabia.

Xubiere a L'Arquera a media mañana, namás enterase de lo del castillete. Diez años, pensó mentres escuchaba a Tino Chimenea contar que los figareos se negaren en reondo a negociar el pieslle y Ino perdiere la pacencia. Garró a don José María pela pechera y ente elli y los otros tres xubiérenlu castillete arriba como a un rachu.

Diez años que nun pisaba la plaza la maera. Diba una década que tirare pela caña'l pozu la llave de la ilusión dempués de qu'aquel derrabe que mató a Salva-y trancare pa siempres la puerta. Diéron-y tierra polo civil, como a la responsabilidá de La Empresa. Vieno dempués el tiempu del vinu, de la soledá y el silenciu. Llamárenla a les oficines. Diéron-y primero el pésame, dempués, como davezu, los conseyos. Magar que siempres fuere una muyer difícil teníen-y apreciu. El mayor confundió a Dios col sufrimientu y a la muerte cola redención de les penes. Fizo con ella memoria del primer home que perdió nel monte, de la nena que-y llevó la colitis, del probe Salva, tan neciu políticamente como bon mineru. El pequeñu faló d'una dómina azul qu'a ella siempres-y abultó un pretéritu imperfeutu. Pidiéron-y que-yos pidiere; daqué podríen facer por ella. Toles muyeres que nella había: la ñeta'l gocheru sordu, la fía ensín padre del ama de cría d'aquellos inxenieros, la madre escosa de vida; punxérense en pie con María, la obrera qu'echare la vida separtando ñates nos llavaeros de carbón. Mirolólos a los güeyos y pidió-yos que-y ficieren la cuenta.

La plaza taba yá tremada de grises. Nun pudo falar colos del castillete. Mandó-yos recáu por Chimenea de que lu baxaren, qu'aquello nun pagaba la pena. De xuru que'l señoritu ya deprendiere qu'entá había un pasu ente la llamuerga na que vive y el cielu que lu espera. Dio media vuelta y empobinó pa casa.

Arimada a la cocina bebio'l vinu que quedaba en cazu, sentóse nel escañu y tapóse cola colchina. Sintió'l motor de les camionetes. Tenía los güeyos tan avezaos a la escuridá que-y chocó aquella lluz tan blanco qu'inundaba la cocina. Faltáben-y unes puntaes por dar pero nun hebo tiempu. ¡Mama! Sintió del otru llau de la lluz. Llamábala la nena.


 
ACCÉSIT JOVEN
Laura Gonzalez Tirador: El gato del Astronauta
El gato del Astronauta
El gato del Astronauta (La Nueva España, 12.08.2011)

Mi gato ha desaparecido. O mejor dicho me ha abandonado. Quizás ya no me quería, o quizás, haya muerto en alguna esquina. Intenté buscarlo durante semanas pero no apareció por ninguna parte. Ese gato había vivido 17 años conmigo y me costaba asimilar que no fuese a volver. Mientras cenaba ahora sólo en mi apartamento intentaba recordar el nombre que le había puesto cuando me lo regalaron. Aunque no conseguía dar con el dichoso nombre sí recordaba perfectamente las dos cosas más importantes que quería por aquel entonces; la primera, un gato; la segunda, ser astronauta. Ahora, soy minero. Bien visto no hay tanta diferencia. Mi amigo Perico quería ser marinero y ahora también trabaja en la mina conmigo. ¿Saben lo que tienen en común los astronautas, marineros y mineros? Si lo piensan bien todos pierden el contacto con la realidad y esto les hace profundamente supersticiosos. A unos les amenaza el cielo a otros el océano y a nosotros la tierra. Todos pueden llegar a ser devorados si se descuidan. A este tipo de hombres les cuesta mantener la sanidad mental y corren el riesgo de perder la razón alejados de su mundo. Un minero como yo debería aclarar que hay una enorme diferencia entre tener los pies sobre la tierra y tener la cabeza debajo de ella. La oscuridad, el aire, el silencio y tu propia respiración pueden confundirte los cables en más de una ocasión. Pero, ¿Qué sería nuestra vida de mineros sin los buenos compañeros? Ellos siempre están ahí para recordarte en los descansos quién ganó el partido de ayer o lo buena que está la nueva novia del ingeniero. A la hora del almuerzo subo de nivel a recoger a Perico, con quien, siempre comparto mi comida porque su mujer lo dejó y el no sabe cocinar. A veces hablamos, a veces no.

Un buen día trabajando en mi mina de turquesas a 157 metros de profundidad lo vi. Estaba allí mirándome trabajar desde la manta donde posaba mis herramientas de trabajo. Yo sabía que era totalmente imposible que estuviera ahí. ¿Cómo había entrado en la mina? No, No y NO. Tenía que ser un producto de mi imaginación. No puedo negar que en un principio me turbó bastante la situación. Pero el animal actuaba igual que mi gato. Ahora su pelaje blanco contrastaba con la negrura de las paredes y su ronroneo era suavemente audible también a través de su eco. El gato ya no era real ni no real. Simplemente estaba allí. Comía de mi comida, dormía entre mi ropa y se enroscaba caprichosamente en mis piernas en busca de algo de atención. Un buen día me entró tanto sueño que tuve que recostarme. Me apoye contra una viga y dejé que mi gato se subiera con agilidad a mi regazo. Le acariciaba ahora detrás de las orejas mientras se me iban cerrando los ojos. Sólo serían algunos minutos. Escuché ruido de pisadas. Alguien venía y tenía que despertar rápido. Entonces recordé el nombre de mi gato. ¡Sí! ¡Eso es! ¡Como pude olvidarlo!

-¿Perico, que haces aquí? ¿Me olvidé la fiambrera?

-¡Hijo de la grandísima puta! ¡Quita ahora mismo tus cochinas manos de mi mujer!


 
ACCÉSIT TESTIMONIO HISTÓRICO
David Fernández Tamayo: Octubre
Octubre
Octubre (La Nueva España, 13.08.2011)

La tierra como una fracción de su alma. Las palabras del patrón fueron la barrena que hizo explosión en todos. La reducción del salario. Luego la huelga y todos nos acordamos como acabaron las demás, o nada, o promesas que nunca se concretaron. Pero esta vez se han tomado las armas. El Comité Ejecutivo de la Alianza Obrera ha decretado la República Socialista Asturiana. Gerardo no ambiciona más que una mejor vida para los suyos. Gerardo no sabe leer pero conoce las letras de las proclamas. Y conoce su historia. Y la de sus compañeros. Las profundas entrañas de la tierra como paradigma sombrío del resto de su existencia. Él mismo, conoce a Graciano Antuña, un hombre de ideas. Solo sabe que dice verdades como puños y por ello lo ha seguido, pero ahora no está allí, sino con un puñado de compañeros, observando las púas de un tenebroso animal al otro lado de la colina, mientras, en la propia entrada de la mina, él, y sus camaradas, se atrincheran. -Estáis rodeados. – Brama la voz de un capitán.- Si antes de que se ponga el sol no habéis depuesto las armas y os habéis rendido, iremos contra vosotros sin tregua, ni perdón.

Algún compañero duda. Otro, más valentón cita sin conocimiento, a los espartanos en las Termópilas: Si queréis las armas, venir a por ellas. Tras las voces se produce un tiroteo, como una breve tormenta en la que gotea sangre, en lugar de lluvia. Santa Bárbara bendita, ha caído al lado suyo, el que los ha desafiado. Imprudente, las voces se dan tras la barricada, no se sube uno a exponerse inútilmente. La mirada del joven Arturín, como de que hacemos está de más, pues aguantar coño, que nadie ha dicho que la revolución sea un paseo de domingo. Pero son las tropas regulares de Marruecos, a esos les da lo mismo matar moros que paisanos.

Octubre, negro como el carbón y salpicado de sangre. La otra gran revolución. Los soldados cada vez son más y cada vez están más cerca. Y ellos son sólo mineros y cada vez tienen menos munición. En realidad prácticamente ninguna. - Yo les espero con la dinamita y cuando llegue me exploto con ellos- Suena una voz, esta vez tras la barricada.

La desesperación. La suerte no será muy benévola con los que se dejen coger, aunque se rindan antes de la caída del sol. Quién me mandaría meterme en esto teniendo mujer e hijos. Ahora lo pienso. Que ingenuos. Habían hasta ovacionado a Pichalatu cuando mandó fusilar a ocho por traidores de la revolución. Que inútiles las muertes. Igual que la suya. Cierra los ojos. Tiene demasiados recuerdos para tan escaso tiempo. Le parece escuchar los jadeos de un marroquí que corre hacía él. A la bayoneta. Ni siquiera gasta una bala. La luz se va, como una nube densa de carbón, y le parece escupir los silicatos mientras se encuentra de rodillas. La entrada a la mina es a las ocho. Gerardo, no volverá a bajar.


 
MENCIÓN ESPECIAL (ASTURIANO)
Miguel Redondo García: Colás, el de Rufona

Aleyárase de tantos díes ensin futuru. Fuxera d'un destín escritu con ringleres torcíes na cara escura del mundu. Sobreviviera a la fame, les guerres y la probitú. Viviera un viaxe, a traviés de dos desiertos, cola desilusión de la que se barrunta desheredada de la Tierra. Nel mediu el mar el so mieu conxelárase de fríu. Tuvo'l mieu que tantu mieu-y daba, apretuxándose escontra'l cuerpu ruin del fíu, ensin soltalu...

Colás mira de regüeyu pal neñu asustáu y maxina aquel dia d'ochobre: El sol yá mui baxo dexaba cayer los sos ingrientes colores peles picorotes de los árboles. Aquel día tuvo que doblar y paró a tomar unes pintes. De vuelta, calecíu y gayoleru, atopólo un pocoñín escuro y nun quixo dir pel atayu de siempre, yera meyor cruciar la ponte vieya. Paecía-y que taba un pocoñín bebíu pa pasar per aquelles tables podres. Diba yá pela llosona de so pá, cuando de sopetón columbró un migayu más alantre un bultu escuru aposentáu debaxo la muria. La curiosidá pudo más que la floxera. Asina que, ensin camentalo dos vegaes, allegóse hasta l'oxetu qu'espertare'l so interés. Nun yera a dar creitu a lo que taba viendo, pero guapamente lo que taba viendo y palpando yera una muyer puerca, mui puerca. Plizcóse y replizcóse la carne endurecío de los brazos, por ver si tuviere baxo los efluvios d'una allucinación, pero non, aquello nun yera cosa d'un suañu: yera una muyer con un neñu.

Traxe nuevu, corbata pinta. Semeyes a esgaya. Les cares xírense pa miralu d'arriba abaxo. Colás, enchipáu, del brazu de so ma, Rufona la fontica, nun tien onde poner les manes; siente opresión nel gargüelu y un llixeru sudor na frente; afloxa un pocoñín la corbata. Y nun pue safase de los camientos que se-y apicalen na mollera: La so vida vivíala, hasta agora, como siempre quixere vivir: ensin grandes compromisos. Prestába-y dar algún reblincu qu'otru per Xixón, echar la partida, tomar un vasu y pigaciar a pata suelta ensin engorrios nin cornales, que la priesa nun s'atopaba nel so manual cotidianu. Camentaba que, anque probe, podía considerase un home afortunáu. Bien yera verdá que nun tenía grandes coses, yeren les coses que quería: so ma, el trabayu de picaor na mina, los collacios nel chigre... y agora ella y esi neñu, indefensu, colos güeyos grandes del color de la miel vinieron a tracamundia-y los vezos, a machaca-y el so orde, voltiándolu pates arriba.

Oumu nun quería al so fíu, pensó matalu cuando nació. Nun tenía parentela. Nun sabía d'ónde yera: nun yera de nenguna parte. Odiábase a si mesma, llamentaba nun tener muerto. Nun-y apetecía l'amor. El sexu yera pa ella una tortura. Nun tenía nada pa facela feliz...

Colás mírala embobáu. Güei quier regala-y una vida meyor. Agarra-y la mano con coraxe y nun ye quien a dexar d'empapellase. Tan machu, tan forníu, tan mineru él. Peranchu al güeyar la cara prieta d'ella que relluz col traxe blancu, atropiéllense na so mente toles alcordances de recién: cuando los metió na caseta la Llosona, cerquina de la fontica, ensin sabelo so ma; el mieu nos güeyos d'ella; les parrafaes pel monte ensin falar; el lloru del neñu qu'entovía-y duel na mollera; cuando-y daba la metá del bocadillu que llevaba pal pozu; la riestra bromes nel chigre cuando descubrieron que la bota taba enllena lleche y non de vinu o la risión de los collacios al adivinar qu'andaba enamorusquiáu...

Achuquinaron tola so parentela. Veníen y esforciábenla. Venía ún y marchaba. Depués venía otru y lo mesmo. Nun fue quien a cuntar cuántos...


 
MENCIÓN ESPECIAL (ASTURIANO)
Roberto Fernández Osorio: Por un poco de maíz

El pueblu taba sumíu na oscuridá cuando Antón salió de casa. Garro'l zurrón y un candil d'esquisto. Aquel día l.levantóse dos horas primero pa dir trabachar. Los bombachos, la boína y las madreñas yeran el traxe d'aquel mineru quirosán.

Tantos años fayendo'l mesmo camín pal grupu Cinfuegos de Fábrica Mieres. Tantas mochaúras al l.lombu, tantas patás pel monte Runeiru alantre y atrás, marcábanse na figura del paisanu. Taba aseñaláu con las chazás que-l.le dio la vida y la mina. Ya nun yera nuevu. Sin embargo, lo que diba entamar aquel.la mañana traíanlu nerviosu. El zurrón pesába-l.le más qu'una bona maza. Pero taba decidíu.

Na so cabeza retrañían las palabras d'aquel.los sindicalistas de Las Cuencas. Pedían sofitu a una güelga qu'empezara había unos días. Los mineros quirosanos taban avezaos a trabachar namás. Tenían mieu a la Guardia Civil. "Pachu" castigara mucho aquel terrén quirosan y sobre too a la so familia. Antón siguía cavilando y pensó en faer algo.

Nun precisó'l candil pos la nuetse taba mui l.lumosa. L.legó a la bocamina General. Al.li salía el carbón de la Julia y la Vega, dos bonas capas. Daban mutsos vagones tolos días. Yera un carbón mui duro.

Delantre la bocamina too taba tranquilo. Foi'l primero en l.legar. Miró bien que nun hubiera naidi. Saco del zurrón un saquetu y empezó a semar pel suelu, delantre la boca negra, unos puñaos de maíz. Xubió al segundu pisu, Porquerones, y fixo lo mesmo.

Yera bastantina pa entrar. Desfixo un cachu del camin y escondióse. Nun podía tar el primeru. Foi viendo y oyendo a varios compañeros que venían d'otros l.lugares. Falaban entre risotás de alguna picia feicha el dia antis a otru vecin. Cuando Antón l.legó al barracón, que faía de cuartu d'aséu, ya taban al.li una ucena mineros. Taban poniendo los bombachos pa dir pal tayu. El vixilante comenzó a destinar y espuéis cola ferramienta al l.lombu diban pa la bocamina. Los primeros en l.legar pararon delantre del maíz semao ente las vías y las traviesas. ¿Qué coño ye esto?. ¿Qué pensarán, que somos pitas?. Antón detrás de toos esperaba la reaccion. Alguién dixo "nun me vendo por una pulgará de maíz. Yo nun entro". Aquel.las duras mol.leras cavilaron igual. Aquel dia los mineros de Quirós fixeron güelga por unas embozás de maíz. Lo que nun pudieron l.lograr aquel.los sindicalistas, l.logrólo un paisanu pequenu con una bona aición.


 
MENCIÓN ESPECIAL (TESTIMONIO HISTÓRICO)
Rosi Serrano Romero: Es otoño y no llueve
Es otoño y no llueve
Es otoño y no llueve (La Nueva España, 14.08.2011)

¿Por qué si todos vivimos bajo el mismo sol, existen lugares donde la tierra abre las puertas al infierno?- Me pregunto una y otra vez cada día de mi breve existencia.

Un desafortunado accidente trajo la tristeza más grande que pudiera existir para enturbiar mi llegada. Mamá me ha tenido sola, mientras mi padre se halla a setecientos metros bajo tierra.

Desde que llegué a la vida hace unos días, tengo una cita en la explanada de la mina. Han instalado un campamento llamado Esperanza.

Se escucha el murmullo del viento. El tiempo pasa lentamente. Y sube el primero. Se oye un gran revuelo de voces. Y van llegando uno detrás de otro, así hasta el número 33. ¡Él! Sí, creo que es mi padre. Mamá me arrulla contra su pecho, y su corazón empieza a latir con fuerza, entonces he creído verte llegar despacio con ese andar de los que están cansados.

Al vernos nos abrazas a todos, hasta mí llega el olor a sudor, a carbón de la vieja mina.

Es una tarde de otoño, esas que los pintores aprovechan para dar luz en una ocasión especial. Y como esperando la luz más adecuada para pintar esa escena, ahí estás tú como el caballero que baja de su caballo para salvar a la dama.

Me coges entre tus brazos y te escucho susurrar mi nombre. "Esperanza".

En el lienzo el pintor puede dibujar la escena, tus manos encallecidas tomando la mía, como pintado con prisa. Y pienso en cómo se podrá dibujar, cuando la vida te da la oportunidad de vivir de nuevo.

La respuesta viene difuminada a través del humo negro y el polvo que delata al fondo la vieja mina. Hoy no llueve, sin embargo en mi rostro percibo una sensación fría... miro hacia arriba y observo que son las lágrimas de mi padre. ¡Yo también te doy las gracias por haberte conocido papá!


 
MENCIÓN ESPECIAL (TESTIMONIO HISTÓRICO)
Juan Luis Ruiz Sánchez de Molina: Truco de magia
Truco de magia
Truco de magia (La Nueva España, 20.08.2011)

Mi padre trabaja haciendo huecos en la tierra. Mamá dice que ha surgido un problema y que tardaremos un tiempo en verle, porque se ha quedado encerrado junto con treinta y dos personas más, supongo que en uno de esos huecos. Le echo de menos. Mamá dice que es como si estuviera dentro de una caja irrompible de paredes de piedra tan grande como una casa y la hubieran enterrado, echándola un montón de tierra encima, tanta como hay en el desierto que vimos durante las vacaciones del año pasado y que se necesitará mucho tiempo para quitar toda esa tierra y poder sacarle, pero que no me preocupe porque puede respirar, comer, beber, reír y hasta bailar si quiere. Yo si fuera papá bailaría y me reiría mucho. Mamá dice que, como un truco de magia de esos que tanto me gustan, han traído una máquina de muy lejos, que es una gran hormiga metálica y que hace túneles a gran velocidad y que hará uno hasta llegar donde esta papá y luego le subirá una especie de cigüeña, como la que me trajo a mí el día que nací, en un su pico y en su canastilla, y volveremos a estar juntos y a ir al desierto que tanto nos gusta. Yo tengo una pala con la que hago agujeros y castillos en la playa. He empezado a hacer un agujero en el jardín para ver antes a papá. Mamá a veces me ayuda.


 
MENCIÓN ESPECIAL (TESTIMONIO HISTÓRICO)
José Quesada Moreno: De la Pañoleta al mar

(5 de la madrugada. 31-8-1936. Muelle de la Sal, Sevilla)

En las entrañas del vapor Cabo Carvoeiro, la cárcel flotante donde sesenta y siete hombres condenados se amontonan y se alivian unos a otros de piojos, no es fácil seguir el curso de los días. Por unas horas el sol se filtra por las hendijas y las costuras, y los hombres se arremolinan en torno a ellas para limpiarse la oscuridad de sus rostros. La mayoría son mineros y saben de umbrías. Ignacio también. Pero no es esta una oscuridad de minerales, ni este un ahogo de aire subterráneo, sino una claustrofobia de panza de hierro y hedor a colchón apulgarado que los mantiene vivos y expectantes. Aletargado bajo el sofoco de agosto Ignacio se va lejos, y se imagina que silban los pistones y que las bielas agitan el pobre aire de la sala de máquinas, que el barco se pone en marcha y que su quilla hiende el agua mansa del Guadalquivir, que atrás se queda el Muelle de la Sal, los paredones y los fusiles, y que no se detiene hasta llegar a Sanlúcar de Barrameda, que es donde empieza la inmensidad oceánica, el aire limpio, la arena fina y clara, la libertad y la vida.

A pesar de todo, por más que no deje de imaginarse que el barco desentumece sus hierros y huye río abajo, Ignacio tiene miedo. Nunca antes lo había tenido. Cuando las tropas de África se levantaron y Queipo de Llano ocupó Sevilla, y en la Cuenca de Huelva se organizaron los mineros para marchar por la República, Ignacio fue de los primeros que se sumó a la plaza. El suyo ni siquiera fue un gesto valiente; supo que tenía que ir, y se subió al estribo de uno de los camiones. Ignacio no lo recuerda, pero seguramente pensaba en el mar cuando coronó la cuesta de Castilleja y toda Sevilla, encendida por el sol de julio, apareció ante sus ojos asombrados. Y seguramente imaginaba un bramar de olas cuando una ráfaga de ametralladora atravesó el primer camión de la caravana y la dinamita cubrió de polvo y estrépito el aire de La Pañoleta. Se tapó la cabeza con las manos, asustado más por la posibilidad de que el cielo se viniera abajo como una galería mal entibada, que de los tiros de la Guardia Civil, y sólo se arrojó del camión cuando una bala le silbó junto a la oreja. Todo fue muy rápido. Cuando lo sacaron a patadas y a culatazos de la cuneta donde se ocultó mientras duraba la refriega, y vio los estragos de la dinamita, los cuerpos mutilados a un lado y otro de la carretera y las columnas de humo salpicadas por la cuesta, por primera vez en su vida tuvo miedo. Miedo a morir. O a la incertidumbre que se abría ante su vida. Luego miedo a que la pantomima del consejo de guerra desembocara en aquellas tres palabras terribles y capitales —pena de muerte, sesenta y siete veces pronunciadas—, miedo a que se olviden de él, miedo a no ver a los hijos que aún no tiene y, sobre todo, miedo a tener miedo cuando la saca diga su nombre desde el final de la escalera.

Ignacio tiene hoy una extraña serenidad. Ha soñado que un banco de arenques lo rodeaba y que tiraba de sus ropas hasta enterrarlo en un jardín submarino de sargazos fosforescentes. Después ha despertado, justo para oír los pasos que repican sobre la cubierta, y se ha levantado antes de que mentaran su nombre. Ha abrazado a algunos compañeros mientras una voz iba sembrando su letanía por las penumbras de la bodega. Ha subido las escaleras, ha atravesado la escotilla, y ha aspirado el aire de la madrugada. Luego le han subido a un camión descapotado. No sabe si es miedo esa sequedad que le acolcha la lengua o si es la nostalgia de las horas que aún no ha vivido. Dentro de un rato mirará a los hombres que le van a matar y se preguntará cómo la vida se le fue tan sin darse cuenta y si vivir era sólo esto: media existencia sacando piedras en las minas de Nerva e ir a morir, con veintiún años recién cumplidos, junto a la tapia de un cementerio. Y sin haber visto nunca el mar.


 
MENCIÓN ESPECIAL (JOVEN)
Lorena Escudero Sánchez: La primera mina
La primera mina
La primera mina (La Nueva España, 22.08.2011)

Un hombre llega, hace cientos de años, a una población desconocida y humilde. Aparece como de la nada, de pronto en la vereda del bosque, sin más. No conoce a nadie y nadie entre estas honradas gentes le mira sin recelo. Dice venir de muy lejos, de mucho más lejos de lo que nunca nadie de los alrededores había podido llegar. Cuando le preguntan el cómo, sonríe y se lleva a los más curiosos al otro lado de la villa, pasado el bosque, cruzado el río. Les muestra, en el mismo suelo, un hoyo como de topo exagerado. Dice haberlo excavado él sólo, a ciegas, escapando de la patria a golpe de arañazo. Cuando le preguntan el por qué promete llevarse a los jóvenes sin oficio y emplearlos en agrandar el túnel. Le toman por loco, fugado de hospital que cree en mundos maravillosos a los que su mágico conducto llevará de vuelta. Como nadie quiere mancharse las manos en lo que será seguro su sepultura, se exige para los muchachos el pago por adelantado. El forastero saca de su bolsillo unas piedras doradas. No se subestime a los campesinos: reconocen el oro. Él dice que hay mucho, mucho más en el camino ya horadado. Así que atraídos como moscas, seducidos, invocando el mantra "Y si fuera cierto", se aceleran los mozos al agujero. Durante meses trabajan en dilatar la entrada. Descubren algunos la laboriosa satisfacción del pico y la barrena. Otros continúan por la desidia de buscar otra cosa. Cuando habilitan el subterráneo enredado de vías descubren el rastro de oro, de valiosos minerales que allí se nutren. Son tiempos prósperos para la aldea. Más cálidamente es acogido el hábil explotador, que ya ha comprado la casa más grande, la simpatía de todos, los amigos más leales. Nadie cuestiona ya su procedencia. Nace así la primera mina: con ella un nuevo oficio, y su desarrollo y riesgo. Alguna vez desaparecen mineros en trágicas circunstancias. Él consuela a las oficiales viudas asegurándoles que no han muerto, pero que han llegado muy lejos, y que lo que han visto les impide ya regresar. Se debe disolver el camino de vuelta con derrumbes que los atrapan en ese maravilloso, lejano mundo. Así es como de pronto se recuerda el día en que el forastero apareció con su historia que nadie creía, y las familias se reconfortan, aún en la ausencia, en esta ilusión. Los más incrédulos, reacios al intangible consuelo, le preguntan por qué él renuncia a ese lugar, para qué ha venido. Él se resigna pesaroso y replica: "Para hacer dinero, como todo emigrante".


 
MENCIÓN ESPECIAL (JOVEN)
Elena Martínez Martínez: De cuando truena
De cuando truena
De cuando truena (La Nueva España, 19.08.2011)

Siempre había creído que tus ojos eran negros. Los más negros que yo había visto nunca. Tus manos, negras también, contaban historias oscuras de monstruos y peligros que habitaban en la entraña misma de la tierra, al tiempo que las sucísimas uñas delataban ese continuo intento de arañarle algo a la vida.

Aquella tarde de marzo, mientras yo dibujaba con mi pequeño dedo en el vaho del cristal, la nieve de los montes más altos renegaba de cualquier primavera posible. Entonces los vi llegar, aullando más que gritar, saltando más que correr. Te trajeron de la mina en volandas como si de un títere se tratara. Con la cabeza descosida y el brazo mirando hacia mal sitio. Maldito costero. Maldito.

Corrí por la nieve descalza y no recuerdo haber sentido frío. Aunque quizá lo sentí y no me doy cuenta. Entre dos sensaciones que suceden a la vez, se graba, supongo, la más fuerte. Y yo sentí entonces mucho miedo. Ellos, los hombres de la piel de antracita, quisieron apartarme, pero tú me dejaste limpiar tu cara de sangre y tierra con el puño del jersey viejo. Entonces, durante un segundo de esos que pueden considerarse casi mágicos, abriste los ojos y, con sorpresa infantil, descubrí que no eran negros, sino de un color verde nítido, como de oliva. Que no de esperanza.

Supe mucho después que hay negruras peores para el hombre que la de una mina. Y hoy sonrío al pensar que para ti no habrá ninguna otra. Que tú, con lo tuyo, ya cumpliste, papá. Si es que la vida se trata de cumplir, que no lo sé.

Yo, por mi parte, te recuerdo cuando truena. Pero también cuando no.


 
MENCIÓN ESPECIAL (CASTELLANO)
David Castrillo Cachón: El carbón perpetuamente es negro
El carbón perpetuamente es negro
El carbón perpetuamente es negro (La Nueva España, 17.08.2011)

El carbón perpetuamente es negro. Solo brilla cuando refleja la luz que no se guarda para sí. No hace falta usar palabras complejas si bastan más las limpias. De negro es esta historia que escribo, que no la he ganado yo pero que he visto, como así vi de negro el color de los ojos enfroscados de quien sale de la mina. Y la escribo, un cazurro que lo más cerca que ha estado de este negro es bajo el castillete del MUMI. Pero los he visto salir de la boca. A los hombres de una tierra propia. Y también he observado las viejas fotografías de los que estuvieron antes, en otro tiempo, con el mismo principio. Allí abajo el carbón tiene que ser negro. Porque negro lo vi siempre, en el brasero de mi pueblo. Y en la cocina de la casa de mi padre, que lo he tocado. Brilla y mancha negro fuera de la mina y negro tiene que manchar dentro, donde aunque fuera rojo, seguiría siendo negro: porque está tan oscuro... y profundo en vetas. Y lo hay que picar, que no debe ser fácil, no solo allí abajo, sino también aquí afuera lo hay que picar, donde se pone precio a las cosas, a menudo sin atañer con su valor. A menudo se me apega el asturianu de pasear por la cuenca, del Nalón digo, entre Sotrondio y la Rebollá. Conocí en este último pueblo a un humilde que ganó el pan. Se lo dio al nieto. Este jugando lo olvidó en la ventana y el cuervo siempre está hambriento. Necesitó de muchos pasos cuesta arriba y curva abajo para conseguir otro cuscurro. Al cuervo se lo comió el lobo mientras se distraía espoleando el bollo. Pero el humilde no pudo cazar al lobo porque no disfrutaba carabina y tampoco le gustaba el sabor de esa carne. El minero agonizó cansado y enfermo de más pena que hambre en un cementerio de flores muertas. Fue entonces que la sidra ya no sabía. Del verbo sabor. El zorro falleció de viejo entre plumas de cuervo e incienso negro. Fueron las arañas quienes los devoraron a todos por igual. Negro era el pan, manchado de las manos del que además de minero era panadero, ganadero y agricultor, negro el cuervo que solo tiene sus plumas, negro el lobo como sus fauces y más negras aún las arañas que tienen ocho patas y un veneno negro que no absuelve ni distingue en su mordedura. Siempre ha sido que hay malditos turnos para la buena gente. Negro es el humo de las trincheras que arden en defensa de lo justo mientras la marcha no cesa. Negro es el suelo que piso y negra será la luz que ilumine a la mirada del pecador si el justo se rinde. Amigo no te dejes, seas minero, doctor ingeniero o poeta, la lluvia solo es negra para quien no se lava con ella.


 
MENCIÓN ESPECIAL (CASTELLANO)
Gabino Busto Hevia: El mensaje de la lámpara

Hacía frío. Como todas las tardes, Enol fue el primero en llegar a las ruinosas instalaciones del Pozu Caudal, abandonadas diecinueve años atrás, cuando él nació. En cuanto apareció Joel, empezaron con su diálogo habitual: "Qué, tío, ¿traes el costo?". "Si, joder; ¿trajiste tú el paquete de rubio y el puto papel?". "Claro, tronco". Al poco vino Yago con su perro Ras: "¡Eh, hijoputas! Como me dejéis sin petas, os follo vivos". No tardó en unirse al grupo Ainhoa, cargando con una bolsa llena de litronas.

Al oscurecer, la cuadrilla se dispuso a bajar al centro. Yago gritó: "¡Ras! ¿Dónde andas, cabrón? ¡Ya verás que somanta hostias...! ¡Ras!". El chico buscó al perro entre zarzas y helechos. Lo encontró en lo más profundo de la maleza, escarbando en un agujero. El can, al ver a su amo, huyó presto por el boquete. Yago, maldiciendo, apartó las frondas. La embocadura era más grande de lo que parecía. Encendió su mechero y se metió en ella. Gateó un poco hasta que pudo incorporarse. Entonces avanzó por la espesa negrura sin dejar de llamar al perro: "¡Ras! ¡Toma, Ras! ¡Ven, Ras!".

En el centro, dentro del Árbole, la panda se encontraba mejor que al relente de la noche. Todos se alarmaron cuando entró Yago. Fue Joel el primero en hablar: "Tío, ¿dónde te metiste? Jo, qué cara, ni que hubieras visto un fantasma, colega". Yago se sentó en silencio. Ainhoa añadió: "¿Qué pasó, Yago? ¿Encontraste a Ras?". Los chavales se hallaban expectantes. Yago, pensativo, respondió: "Sí, lo encontré. Se coló por un socavón; lo seguí y di con él. Pero ¡hostias!, allí, debajo del Pozu, descubrí una piña acojonante de esqueletos, tíos. ¡Qué fuerte! Una fosa llena de huesos, colegas. ¡Bua, la fosa de toda una peña!".

Mensaje de Ainhoa. Abrir: "Hola Yago q t pasa? Stas depre o q? 8 días q no vienes x aki". Mensaje de Yago. Abrir: "Hola Ainhoa stoy xungo. Kedmos Arbole 5 h?". Mensaje de Ainhoa. Abrir: "Ok bss".

El muchacho llegó primero. A esas horas, el Árbole estaba vacío. Pronto acudió Ainhoa. Se dieron un beso. "A ver, Yago, ¿qué coño te pasa, tío?". A él le costaba arrancar: "¿Te acuerdas de los esqueletos?". Ella respondió: "¡Joder qué si me acuerdo, como que desde aquello pareces otro!". Yago prosiguió: "Entre los huesos encontré esta lámpara de mina. Mira, está hecha polvo, pero dentro del tubo de cristal había un escrito manchado de carbón. Muchas líneas se borraron, pero aún puede leerse esto, escucha: <<... camaradas, ninguno de nosotros ha cantado... al amanecer nos fusilarán y tirarán los cadáveres por la boca del Pozu. Tantos años trabajando en la mina para quedar sepultados en ella... y no cejéis en la lucha... sois nuestra esperanza contra la injusticia y la opresión... compañeros, morimos sin miedo, con valentía y honor, sabedores de que nuestra sangre no se derramará en vano... ¡Abajo el fascismo! ¡Viva la clase obrera! >>". Ainhoa rompió el tenso silencio: "Bah, tronco, eso es de cuando la guerra. ¿A ti qué te importa? Pasa de ello". Pero Yago contestó: "No. El papel está firmado por Cornelio Vallina, un desaparecido, igual que el resto de los que están enterrados allí". Ainhoa apenas escuchó: "Puf, y dale, qué más te da...". Entonces, Yago Vallina, con voz pausada y firme, dijo: "Sé quién escribió el mensaje".