Mina La Camocha, Gijón y Comisiones Obreras
Francisco Prado Alberdi

En 1935 se extraía el primer carbón de Mina La Camocha; 72 años después acaba definitivamente su actividad. Podríamos estar ante uno más de los múltiples cierres de empresas que se dieron a lo largo de la historia de Gijón, quizás con alguna particularidad especial debido a su antigüedad, pero este cierre no es un cierre cualquiera.

La Camocha supuso la unión de esta comarca con un sector clave y característico de Asturias, la minería, así como una vinculación con las cuencas mineras, de donde provenían muchos de los que formaron parte de la empresa a lo largo de su historia, que va mucho más allá de los aspectos comerciales o económicos. Esta vinculación está presente en nuestra tradición, en nuestra cultura y hasta en nuestra forma de ser.

Con su desaparición como empresa también lo hace un importante referente de la historia del movimiento obrero, que resurge después de la guerra civil y, sobre todo, de lo que hoy es el sindicato Comisiones Obreras, que antes fue un movimiento sociopolítico que tuvo uno de sus orígenes (el fundamental, bajo mi punto de vista) en esa mina.

En 1957 se constituye en La Camocha una comisión de obreros que tiene como finalidad negociar con la dirección de la empresa el final de un conflicto, que se había iniciado en enero de ese mismo año, para tratar de conseguir mejoras económicas y de seguridad en el pozo. El resultado de este proceso de lucha fue un éxito, puesto que, además, se consiguió que uno de los miembros de la comisión (Casimiro Bayón) reemplazara al que era representante sindical en aquel momento.

La creación de una comisión de este tipo no era algo nuevo. Dos años antes, otra de similares características había intervenido ante la Organización Sindical (sindicato vertical, único y obligatorio, del franquismo) y hasta ante el Ministerio de Trabajo.

Se sabe que comisiones de representación de los trabajadores, que se constituían y actuaban al margen del sindicato vertical, aparecieron en diferentes lugares del territorio español e incluso con anterioridad a la de La Camocha. Aparecían para dar respuesta a problemas concretos en las empresas y desaparecían cuando éste se resolvía o cuando la fuerza bruta de la dictadura se imponía.

Sin embargo, hoy en día, existe un consenso que lleva a reconocer lo ocurrido hace 50 años en La Camocha como el inicio de un proceso que llevará a estas comisiones, más o menos espontáneas, a transformarse en permanentes y a coordinarse de manera estable, llegando a constituir un movimiento organizado. En la actualidad, la Confederación Sindical de Comisiones Obreras reconoce la creación de esa comisión como su «acto fundacional».

Sin caer en el 'grandonismo', al que tan dados somos por estos lares, y sin tratar de ejercer de 'historiador de caleya', yo creo que esa comisión de obreros de La Camocha tiene unas características diferenciadoras con respecto a otras anteriores, que permiten con justicia situar la cuna del que hoy es el primer sindicato de este país en Asturias y en Gijón.

En primer lugar, esta comisión asume reivindicaciones globales, no sólo puntuales y sectoriales. Aunque impone su representatividad y negocia al margen de los sindicatos franquistas, utiliza sus recursos y los escasos resquicios legales que la legislación de la dictadura dejaba (ésta es una característica fundamental en la acción posterior de las Comisiones Obreras). En tercer lugar, el conflicto de 1957 se salda con una victoria, por lo que parece normal que se tomase como un modelo a imitar. Por último, hablamos de una lucha de los mineros, que en aquellos momentos eran la indiscutible vanguardia del movimiento obrero español y de la lucha antifranquista. No es, por tanto, extraño que la comisión obrera de La Camocha se convirtiera en un referente para el resto del Estado español.

La desaparición de Mina La Camocha es ya inevitable, pero lo que sí podemos y debemos evitar es el olvido de que en Gijón existió una empresa con tanta historia, de que Gijón fue una comarca minera. Habrá que tomar iniciativas para que las generaciones futuras sepan que en Vega había una mina, una mina que aportó mucha riqueza (no sólo material) y vida a este concejo.

¿Que no ocurra como con el barrio de Moreda, donde nada recuerda que allí se asentó una importante y centenaria siderurgia, Fábrica Moreda, desconocida hoy para la mayoría de los jóvenes y niños que piensan que el nombre del barrio se debe a un pueblo de Aller!


Texto publicado en el El Comercio Digital, 30.12.2007

Más información sobre La Camocha:

Las últimas toneladas de La Camocha
Elías Gallego, La Nueva España, 05.08.2009
 
Adiós a La Camocha
Asturias Minerometalúrgica, 03.2008
 
Adiós a la Mina La Camocha, el referente del movimiento obrero
Álvaro Llorca, soitu.es, 02.01.2008
 
La explotación cambió la vida en el concejo y fue escenario del nacimiento de CC OO
I. López, El Comercio Digital, 30.12.2007
 
Los últimos días de Mina La Camocha
Rubén Madrid, OviedoDiario, 22.12.2007
 
Adiós a La Camocha, larga vida al carbón
Luis José de Ávila, OviedoDiario, 22.12.2007
 
La Camocha, una leyenda con historia
J. C. Iglesias, La Nueva España, 25.02.2007


 
Las últimas toneladas de La Camocha
La Nueva España, 5 de agosto de 2009

Los 20.000 kilos de documentos de la mina gijonesa, parte de los cuales se expone en el Museo del Ferrocarril, podrán servir para esclarecer la fundación del sindicato CC OO

Elías Gallego

Una mina encierra en su interior mucho más que simple carbón. La Camocha presenció, en sus más de 75 años de vida, miles de vivencias y experiencias personales que la convirtieron en testigo directo de varios de los hechos más trascendentales del pretérito siglo XX. Ahora, una exposición en el Museo del Ferrocarril muestra alguno de los documentos en los que quedó grabada la historia de una mina, que nació junto al mar.

Fueron necesarios cinco camiones para transportar las 20 toneladas de papel recuperadas de la mina de La Camocha. La mayor parte de las 2.500 cajas repletas de libros de contabilidad, balances, solicitudes de empleo, etcétera, aún no ha sido analizada. Lo que se exhibe desde ayer en el Museo del Ferrocarril es sólo una pequeña porción representativa del total que ha de ser examinado.

La alcaldesa de Gijón, Paz Fernández Felgueroso, y su hermana, María Antonia, procuradora general del Principado, cuyos abuelos fueron socios fundadores de la mina gijonesa, contemplaban ayer ensimismadas alguna de las muestras expuestas en el museo. «Esta exposición es historia viva de nuestra sociedad y de nuestra ciudad», expresó emocionada la regidora.

Alguno de los elementos más curiosos de la exhibición son los libros que recogen la vida social en la mina, las nóminas de los mineros e incluso sus solicitudes de empleo. En el lado opuesto se encuentran los tristes textos en los que se certifican los casos de centenares de trabajadores que contrajeron la silicosis u otras enfermedades respiratorias achacadas al duro trabajo bajo tierra.

En cualquier caso, de todos los hechos que acontecieron durante las siete décadas de explotación, quizás el más relevante y controvertido es el de la fundación del sindicato Comisiones Obreras, que en teoría habría tenido origen en los túneles de la famosa mina. Cuando la labor de clasificación de los documentos extraídos finalice, el misterio del mito fundacional quedará esclarecido. Lo que ya se conoce es que dicha creación no fue obra única de mineros comunistas. «De los 21 que formamos la comisión había dos falangistas, algún que otro independiente y el resto éramos comunistas. Quizás esa pluralidad fue la clave del éxito de la comisión que formamos», explicó Faustino Antuña, uno de los fundadores. «Simplemente reivindicábamos mejores condiciones de trabajo, calzado, ropa, cascos...», agregó Antuña, que como otros muchos relacionados con la explotación hullera gijonesa ayer estuvieron invitados a la inauguración de la muestra.

Durante el acto hubo un momento para mencionar, de forma especial, a Carlos Roces por su contribución a la causa de la conservación de la memoria histórica de la mina La Camocha. En palabras de la Alcaldesa, «fue el único que se preocupó por salvar todos estos archivos, sin él la exposición no sería posible».

La muestra se mantendrá abierta hasta el próximo mes de noviembre. Mientras tanto, la documentalista Nuria Vila y su equipo bucearán en busca de más tesoros documentales de la mina de La Camocha, la que siempre irá bajo el mar.

 
   
Índice
 
Adiós a La Camocha
Asturias Minerometalúrgica, marzo de 2008

Coincidiendo con su cierre se cumplen 50 años del nacimiento de CC.OO. en esta mina gijonesa

Santiago Carrillo en una visita a La Camocha
Mina La Camocha ha echado el cierre y con ella 72 años de historia. Hablar de esta mina es hablar de CC.OO. porque en ella nació este sindicato. Hace medio siglo tuvo lugar una huelga de once días desencadenada por las demandas de los silicóticos, las quejas por el trabajo en las galerías anegadas por el agua y el desacuerdo con el precio de los destajos. Un conflicto que en las páginas de la historia sindical ha pasado a bautizarse como "la cuna de Comisiones Obreras".

Funeral por cinco mineros
 
Primer carbón del año 1953
Las comisiones de trabajadores creadas a finales de los años 50 con el fin de negociar con la dirección de la empresa el fin de los conflictos se conviertiron en peremanentes y acabaron constituyendo un movimiento organizado. La Confederación Sindical de CC.OO. reconoce como "acto fundacional" la creación de estas comisiones.

La Camocha, que en los años 60 empleaba a 1.500 trabajadores, protagonizó algunos de los episodios más emblemáticos del renacer del movimiento obrero en las minas asturianas. Ahora, al llegar su cierre, previsto en el plan del carbón 2006-2012 por la falta de rentabilbidad de la explotación, esta mina con unos 160 trabajdores, también ha sido protagonista en apenas cuatro meses de dos encierros de trabajadores en protesta por la incertidumbre sobre su futuro laboral y por el impago de nóminas.

Hay páginas de su historia que hubiera sido mejor que no hubieran existido como el fraude en el que está envuelta la empresa por usar parte del dinero de las subvenciones europeas para comprar carbón foráneo, más barato, y revenderlo a la térmica como si fuera de producción.

Felipe y Guerra portando el féretro de un minero
Otras páginas negras son las de los accidentes. Algunos de los peores momentos se vivieron el 25 de enero de 1953 con cinco muertos y ocho heridos por una explosión provocada por gases; en enero de 1980 se vivió otro accidente grave con cuatro muertos y en septiembre de 1983 un derrumbe sepultó a tres mineros.

Salida de un relevo de trabajadores
 
Asamblea de trabajadores
 
También son historia las canciones escritas en su honor. José León Delestal puso letra a una música del maestro Casanova en la conocida canción "la mina y el mar", donde se alude a la cercanía de la mina al mar Cantábrico:

La mina de La Camocha
dicen que va bajo el mar
y que a veces lo mineros
oyen las olas bramar
La mina de La Camocha
dicen que va bajo el mar
y que los marineros
oyen el grisú explotar

BREVE HISTORIA

Los hermanos Víctor, Constante y Secundino Felgueroso, naturales de Ciaño (Langreo) comenzaron prospecciones en Gijón en busca de carbón. Así, en 1939 la parroquia de La Camocha contaba con una explotación minera que en 1935 empezó a vender sus primeros sacos de carbón.

La estratégica ubicación de la mina, cerca de El Msuel, y la abundancia de carbón, hicieron crecer la explotación a la que llegaban centenares de trabajadores para hacer labores a destajo y cobrar por metros cuadrados.

Se cuenta que el origen del nombre fue porque al fijar el punto de perforación del pozo, había al lado una vaca con un cuerpo partido, una vaca mocha.

La Camocha nunca llegó a integrarse en la empresa pública Hunosa sino que pasó a ser propiedad de Minero Siderúrgica de Ponferrada, que tras su escisión quedó bajo control del empresario leonés Fernando Luis García Burgos.

 
   
Índice
 
Adiós a la Mina La Camocha, el referente del movimiento obrero
soitu.es, 2 de enero de 2008

Álvaro Llorca

Un minero, a las puertas de la Mina La Camocha [EFE]
El 2008 ha echado el cierre a la histórica Mina La Camocha, referente del movimiento obrero español. Tras más de 70 años de actividad, la explotación minera ha vivido toda clase de episodios: desde la fundación de Comisiones Obreras hasta investigaciones por supuestos fraudes. Sus cerca de 160 trabajadores serán prejubilados o reubicados en la empresa estatal Hunosa.

La Mina La Camocha inició su actividad el 1 de octubre de 1935. Dos décadas más tarde, en 1957, un grupo de trabajadores formó una comisión para protestar contra las duras condiciones de trabajo. A través de ella, lograron la destitución del representante del sindicato único franquista y se erigieron en portavoces de los trabajadores.

La comisión no se diluyó tras la protesta, como era habitual en aquella época. Al contrario, la comisión de trabajadores perduró en el tiempo. Es ésta la razón por la que algunos, como Francisco Prado, ex secretario general de Comisiones Obreras en Gijón, consideran La Camocha cuna del sindicato.

El 31 de diciembre la mina echó el cerrojazo definitivo. Ahora, sus cerca de 160 trabajadores afrontan un futuro incierto. Y es que La Camocha se encuentra intervenida judicialmente, entre las deudas a la Seguridad Social y a algunos de sus trabajadores, quienes protagonizaron un sonado encierro de protesta durante el pasado mes de septiembre. En principio, los mineros serán prejubilados o reubicados en Hunosa, la empresa estatal de la minería. Sin embargo, hay quien no lo ve del todo claro, como Francisco Prado. Y es que, ¿quién se va a hacer cargo del dinero que se adeuda a los trabajadores? Prado cree que se trata de un final "indigno" para la famosa Mina La Camocha.

La razón principal para el cierre del emblemático yacimiento de carbón es la entrada en vigor de una nueva regulación de la Comisión Europea sobre el régimen de subvenciones al sector minero. De este modo, al perder las ayudas económica, La Camocha quedaba abandonada a su suerte. Una suerte deficitaria y polémica desde hace mucho tiempo.

Así lo ha recibido el poblado de La Camocha

En el pueblo de La Camocha, de cerca de 2.000 habitantes, la gente no se ha sorprendido, pues reconocen que se trata de la crónica de un cierre anunciado. María José, bibliotecaria del lugar, asegura que ya esperaban la clausura. Y ahora, ¿de qué vivirá el pueblo? María José lo ve claro. "Pues de las prejubilaciones, como lleva ocurriendo desde algún tiempo atrás".

Según las previsiones, el lugar de la mina será ocupado por un parque tecnológico. Francisco Prado, en todo caso, espera que no se pierda el espíritu obrero de la región, pues La Camocha le da a Gijón un carácter de comarca minera, lo que significa una cultura y un folclore propios. El principal miedo de Prado es que la zona acabe convirtiéndose en una aséptica zona residencial, ajena al histórico pasado de la región.

¿Qué ha quedado del espíritu de La Camocha en el sindicalismo contemporáneo? Francisco Prado asegura que el espíritu asambleario de Comisiones Obreras se debe a los sucesos de la mina de 1957. Igualmente ocurre con los comités de empresa, los cuales representan a todo el conjunto de trabajadores de las empresas. ¿Qué crees que pervive del espíritu original de la cuenca minera de Gijón?

 
   
Índice
 
Adiós a la Mina La Camocha, el referente del movimiento obrero
El Comercio Digital, 30 de diciembre de 2007

La primera tonelada de carbón se extrajo en 1935 tras cinco años de perforaciones La mina llegó a tener 1.600 trabajadores

I. López

San Martín de Huerces era una aldea a finales de los años 20 del siglo pasado, cuando Víctor, Constante y Secundino Felgueroso iniciaron las primeras prospecciones en esa parroquia y en la de Vega; los hermanos sospechaban que las vetas de sus minas de Langreo se prolongaban hasta el mar. Los trabajos de perforación se pusieron en marcha el 24 de junio de 1930, pero hubo que esperar más de cinco años, hasta el 1 de octubre de 1935, para que La Camocha diera su primera tonelada de carbón.

La explotación cambió la fisonomía y la vida de las dos parroquias, pero también de las de Caldones, Leorio, Aroles, Granda y Lavandera. No sólo porque sus vecinos tuvieran trabajo sin necesidad de abandonar Gijón sino porque la mina ofreció oportunidades a trabajadores de otros concejos.

Los años 40 fueron claves: se construyeron los grandes lavaderos y se comprobó la viabilidad de la mina tras llegar a una profundidad de 474 metros en el pozo Maestro. En esa década, en 1947, La Camocha pasó a ser propiedad de Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP).

En los 50 se produjo el incremento de la producción hasta superar las 400.000 toneladas anuales de carbón lavado. Esa década fue crucial en la mina también por otro hecho, que repercutió en el movimiento sindical y político español: el nacimiento de Comisiones Obreras.

Reservas

El ciclo expansivo comenzó a agotarse en los 60, que se inició con 1.600 trabajadores en La Camocha. Tras las fuertes huelgas de 1962 en Asturias y atraídos por el sueño europeo, muchos mineros emigraron a Bélgica, Francia y Alemania.

En 1992, La Camocha sufrió la quiebra del grupo minero leonés y el 12 de mayo de ese año se constituyó Mina La Camocha S. A., con la familia García Brugos como propietaria; ha sido la última en explotar la mina, que nunca llegó a integrarse en Hunosa, a la que se fueron incorporando desde su creación en 1967 numerosas empresas del sector. La Camocha tampoco fue incluida en la reserva estratégica de carbón fijada por el Ministerio de Industria. Desde 1935 hasta 2004 se extrajeron de sus entrañas casi 16 millones de toneladas de carbón vendibles. Aún encierra otros 64 millones, pero la decisión de Bruselas de 2002 fue inapelable: La Camocha dejaría de extraer carbón el 31 de diciembre de 2007. Mañana.

 
   
Índice
 
Los últimos días de Mina La Camocha
OviedoDiario, 22 de diciembre de 2007

Nunca más volverá a salir carbón de mina La Camocha. Los mineros del histórico yacimiento de Gijón, han arrancado -esta semana- los últimos pedazos de hulla. Y a partir del 1 de Enero, ya no volverán a bajar al tajo. O al menos, no lo harán en La Camocha. Atrás quedan 76 años de fatigas, humedades, y oscuridades en los que 75 mineros perdieron la vida en otros tiempos en los que las medidas de seguridad apenas existían en sus kilométricas galerías. Hubo un tiempo en el que, de La Camocha, salían cada día 2.700 vagones de carbón, hoy apenas salen 100. Por entonces, 1.600 mineros trabajaban a destajo en una explotación minera donde nació en 1957 el sindicato Comisiones Obreras. Hoy, los 'últimos de La Camocha', apenas son 146 mineros 'supervivientes' que con resignación asumen el cierre definitivo de su mina: "Abajo aún hay carbón para seguir sacando durante otros treinta o cuarenta años, pero prefieren cerrar La Camocha". Con los mineros, en su última semana de trabajo en las profundidades, hemos recorrido las galerías que a partir de enero quedarán selladas para siempre.

Rubén Madrid

La Camocha es un monstruo agonizante, una enormidad a punto de precipitarse al abismo del olvido. Ni su historia ni su solera han podido resistir las embestidas de los tiempos modernos. El carbón asturiano ya no interesa y su extracción sale cara. Y, aunque resulte difícil de entender, Asia y Europa del Este lo traen más barato. La Camocha está hoy más lejos de El Musel que China o Ucrania. Y sus mineros, hijos de mineros, nietos de mineros y, en algunos casos, bisnietos de mineros, han dejado ya de arrancar carbón, 76 años después de que abriese la explotación, medio siglo después de que en este paraje perdido de la carretera vieja que conduce a Pola de Siero se situase el 'kilómetro cero' del movimiento obrero moderno: la primera batalla ganada a la dictadura franquista, la fundación del sindicato Comisiones Obreras. Pero el martes se puso punto y final a la historia de una de las minas más emblemátiras de España. La Camocha ha escupido su último vagón de carbón y cierra para siempre sus oscuras galerías. La Camocha ya es historia.

Mina La Camocha dejó el martes de extraer carbón. En los últimos años ha sufrido una agonía que ha desembocado en su cierre definitivo. Hace diez años se sacaban cada día 2.700 vagones de carbón, hasta 150.000 toneladas al año. En los últimos tiempos no llegaban ni a cien vagones.

En Mina La Camocha se han dejado los huesos y la vida 75 mineros en estos 76 años de explotación minera.

El interior de una mina constituye una dimensión fuera de lo común. No es tierra, ni mar ni aire. Hay carbón, barro y tinieblas. Por momentos se asemeja al recorrido del metro por los infiernos de una gran ciudad. En otros, se siente la asfixiante presencia de incalculables inmensidades de tierra v roca sobre nuestras cabezas. En muchos momentos falta aire. Las entrañas del monstruo son la negrura más absoluta. Cuando se apaga la luz del frontal, se conoce la más apabullante de las oscuridades.

Cuando se apaga el frontal en las galerías de la mina se conoce la oscuridad más absoluta. "No hay nada comparable. Ya puedes bajar todas las persianas en tu casa de noche, que no es lo mismo", dice Robustiano.

Antes de que el silencio se imponga para siempre en los interiores de la bestia herida, este periódico ha bajado al tajo para tocar el carbón en estado puro, para charlar con los hombres que mantienen vivo el oficio y para compartir una jornada laboral en los últimos días de La Camocha. En estos momentos los mineros se encuentran de vacaciones. A partir del 1 de enero volverán al pozo. Pero no picarán más, no arrancarán las máquinas ni limpiarán más hulla para enviarla a las centrales térmicas... 2008 será su último año, aunque sólo para limpiar la mina, desmantelar sus instalaciones y buscar recolocaciones en Hunosa.

Nos ponemos el mono, el casco con el frontal y las botas para descender siete plantas, medio kilómetro tierra abajo. En todo momento nos acompaña en este viaje subterráneo el delegado minero de seguridad, Robustiano Iglesias. Los otros tres mineros que nos atienden durante esta jornada son Amable González, secretario del comité de empresa, y los picadores Manuel Ángel y Juan Carlos, que a primera hora de la mañana ya están trabajando envueltos en nubarrones de polvo de carbón.

Adentrarse en La Camocha por vez primera es como ser devorado por un enorme monstruo. La jaula son las fauces por las que se inicia un camino que desciende como un esófago infinito hasta las entrañas de la roca. Ya allí, después de este ejercicio de tirolina digno de un parque de atracciones, se recorren las galerías como si fuesen los oscuros intestinos donde la fiera se convulsiona para arrojar toneladas de carbón: tan pronto cae del techo como enfila encarrilado en vagonetas a través de un hormiguero oscuro. El polvo lo impregna todo, más todavía donde arremeten con fuerza contra la roca de carbón los picadores, esos héroes de leyenda con el rostro negro y el corazón rojo, con la cara sucia y la mirada limpia. Hace décadas que los picadores -los mineros por excelencia- abandonaron el pico y la pala para dar paso a una ruidosa pugna contra las paredes negras en las que utilizan martillos de viento. Encaramados en maderos apuntalados a la roca trabajan envueltos en nubes de polvo. "Todos los trabajos son duros, pero mucho más el arranque del carbón, peligroso, duro y enfermo", relata Juan Carlos Orviz, uno de ellos. Hay que tener agallas para concentrarse en el trabajo sabiendo que sobre la cabeza amenaza una espada de Damocles de toneladas de roca. Hay que tener buen tiento para trabajar con precisión, a buen ritmo, sin pensar cuanto puede ocurrir. O para volver a bajar al día siguiente de que un compañero haya sido trasladado de urgencia al hospital o, todavía peor, haya perdido la vida. Y hay que tener agallas para cumplir con las obligaciones encaramado a unos maderos, sin dar un paso en falso en la que podría ser la última rampa. Sin embargo, al minero le gusta su trabajo. No salva vidas, no ayuda a los necesitados, no firma ninguna obra, pero tiene mucho de vocacional. O de espiritual, como considera Amable. "Estuve diez años en la construcción y tampoco es bueno, aunque respiras oxigeno", dice Juan Carlos, que lleva once años de picador. Ahora no lo cambia por nada del mundo. Tal vez sea herencia defamilia. Su padre y su abuelo fueron mineros. "Me gusta el habajo. Yo delante de un toro no me pondría, ni tampoco iría a faenar al mar, que me parece un trabajo muy duro". Pero sí baja todos los días a las profundidades de La Camocha.

Amable González, secretario del comité
"Sientes impotencia por el cierre, te viene todo impuesto ya que se negocia en Madrid. En el comité de empresa te llevas los palos de arriba, pero también los de los compañeros"
 
Robustiano Iglesias, delegado minero de seguridad: "La tierra siempre empuja hacia dentro, para cerrar las galerías, pero revisamos constantemente el apuntalado de hierros"
 
Manuel Angel, 20 años como picador
"El peor recuerdo que tengo de estos veinte años en La Camocha fue cuando un chaval que trabajaba conmigo se mató, volcó la máquina y lo aplastó contra la galería"
 
Juan Carlos, 11 años como picador
"Me gusta el trabajo, aunque sea arriesgado. Yo delante de un toro no me pongo. Tampoco saldría a faenar a la mar y estuve diez años en la construcción y tampoco es lo mío"
 
El de los picadores es un trabajo dificil, pero bien pagado, todo sea dicho. Aunque no tanto como piensa la gente, se defienden ellos: "Se ganaba más hace veinte años que ahora", precisa un picador, Manuel Ángel, con dos décadas de oficio a las espaldas. "Hoy sólo hay cuatro aquí que ganen medio millón. Hay quien cobra 350.000 pesetas, pero en la construcción hay quien gana más". Un sueldo en el que necesariamente se incluye un plus de peligrosidad ante los accidentes, siempre al acecho, y la merma de salud del día a día bajo tierra. Y, a pesar de ello, también afirman que "hay mileuristas en la mina", incluso trabajadores a quienes les cuesta llegar a final de mes. Quienes tanto les critican por estos salarios, con recelo, no han bajado a la mina, dice Amable. "A quienes opinan así les recomiendo que bajen. Cuando alguien así hace una visita, le cambia su forma de juzgarnos", asegura.

Los sueldos y las prejubilaciones, a menudo pasados los cuarenta, son dos de los aspectos que más se les reprocha a los mineros. "Tenemos mala fama. De rebeldes, también, pero sobre todo por las prejubilaciones, que la gente no entiende", añade Juan Carlos.

Una cuarta dimensión

El interior de una mina constituye una dimensión fuera de lo común. No es tierra, ni mar ni aire. Hay carbón, barro y tinieblas. Por momentos se asemeja al recorrido del metro por los infiernos de una gran ciudad. En otros, se siente la asfixiante presencia de incalculables inmensidades de tierra y roca sobre nuestras cabezas. En muchos momentos falta aire. Las entrañas de monstruo son la negrura más absoluta. Cuando se apaga la luz del frontal, se conoce la más impresionante de las oscuridades: "No hay nada comparable", asegura Robustiano Iglesias, nuestro guía, después de dejarlo todo a oscuras: "Ya puedes bajar todas las persianas que quieras en tu casa, en plena noche, que no es lo mismo". Y es cierto. El silencio, ahora lejos de los picadores, también es estremecedor. Es un viaje al centro de la nada, medio kilómetro abajo, rodeados por todos los costados de una enorme masa de tierra y carbón.

De cuando en cuando, durante nuestra visita nos encontramos con los trabajadores -pocos, en otros tiempos fueron más de mil- que recogen el carbón que pican otros compañeros en lo alto. Lo pasan por vagonetas hasta llevarlo a la jaula, que lo elevará hasta la salida, de donde llegará más tarde al lavadero a través de cintas, para eliminar la tierra que acompaña al carbón. Abajo, en las galerías, los mineros hablan su dialecto, un bable cargado de tecnicismos mineros. En cierto modo, tienen su lengua de topos, con sus códigos y sus términos. El interior de la mina es como una urbe del subsuelo, donde no siempre es fácil orientarse. Por eso entre ellos se indican como si estuviesen en una ciudad: "Podéis ir por la general", dice un compañero en medio del camino, como si se refiriese a una autovía subterránea. Y al poco, después de bajar cien metros más hasta la última planta, caminamos por una galería hasta toparnos con una pared de carbón. Es un callejón sin salida que obliga a tomar conciencia de que estamos en el centro mismo de una roca.

Robustiano fue en otros tiempos barrenador. Se encargaba de abrir camino en las galerías con una especie de tuneladora, de horadar la roca para abrir camino al proceso minero. Detrás llegaban, al día siguiente, los picadores para devorar el carbón. Ahora es el encargado de vigilar que todo cumpla con la seguridad necesaria. En un oficio siempre sorprendido por los accidentes, Robustiano camina por la mina e indica los apuntalados de las galerías, de hierro o de madera, según los rasos: "La tierra siempre empuja hacia dentro, para cerrar", comenta mientras caminamos por una pasarela rodeados de un gigantesco amasijo de hierros que retiene el enorme peso de la roca. De hecho, las galerías que ya han sido cerradas porque todo el carbón posible ha sido arrancado estarán hoy derrumbadas. "La seguridad ha mejorado mucho ahora", certifica.

Robustiano se encarga de "enviar a alguna pareja" cuando ve que hay que reforzar algún apuntalado. Hay menos accidentes y menos enfermedades, como la temible silicosis, la pandemia de este gremio. Pero es que hay, también, menos mineros en Asturias. Sorprende sin embargo el modo en que Iglesias habla de los accidentes del pasado, con pasmosa serenidad: "Yo me he roto alguna pierna, algún brazo...'. Lo normal y corriente, le falta añadir. "Sí tuve que desenterrar a dos compañeros que murieron en un desplome", recuerda ahora, tímidamente más serio. Se refiere a la misma tragedia que Amable, en 1989: "No llevaba yo aquí ni un año cuando hubo dos muertos. Es el recuerdo más amargo que tengo". No se puede esperar a las ambulancias, a ningún profesional del exterior. Se encargaron ellos mismos. Taladraron por arriba, perforaron por abajo, hasta poder sacudir el tonelaje que aprisionó a los compañeros.

En enero de 1957, un grupo de trabajadores, encabezado por un conocido falangista, un comunista clandestino, un militante católico y otros mineros sin ideología confesada, plantó cara a la dirección de la empresa en unos tiempos en que tal cosa resultaba impensable. Se saltaron a la torera la verticalidad del sindicalismo oficial para fundar una comisión obrera. La madre de todas las comisiones obreras. Ganaron la batalla. Marcaron un punto de inflexión en la lucha antifranquista y escribieron, negro carbón sobre blanco, el primer capítulo de una larga marcha hacia la democracia y por los derechos de los trabajadores.
Para todos los mineros el peor momento que recuerdan ahora en su doloroso abandono de la mina lo constituyen las pérdidas de compañeros en el tajo, como asegura el picador Manuel Angel: "Un chaval que trabajaba comnigo se mató, volcó la máquina y aplastólo contra la galería". Támbién el momento más amargo de Juan Carlos en La Camocha remite a otra tragedia: "Uno de los que se mató fue un chaval que había entrado a trabajar a la mina el mismo día que yo, que trabajaba en la misma rampa. Fue muy amargo. No hay nada peor que la muerte". Imposible no recordar la canción en la voz de Víctor Manuel: "En la planta catorce del pozo minero de la tarde amarilla, tres hombres no volvieron. Hay sirenas, lamentos, acompasados ayes, a la boca del pozo".

Quien más quien menos ha tenido sus percances y muestra su cicatriz en la carne y en el recuerdo. ¿Hacen mella en la salud tantos días ahí abajo? "A la silicosis ya no llegamos, todo ha mejorado, pero sí tienes tirones, problemas de huesos por las humedades, mucha hernia discal y problemas cervicales", enumera Juan Carlos. "Y los golpes que te llevas", añade su compañero Manuel Ángel.

Viejos y nuevos tiempos

Pronto tendrán que abandonar la mina en la que han pasado los últimos años. "Cuando vayamos a otra no va a ser lo mismo. Aquí conocemos todo, vinimos de los pueblos para comprar un piso aquí cerca", explica Juan Carlos, que considera que "se va a cerrar la mejor mina de Asturias".

La Camocha vivió otros tiempos en que todo era diferente, en que la actividad bullía a toda máquina en los interiores de la mina, pero también en el exterior. Viejos tiempos en los que su nombre fue símbolo de fuerza. También sindical. Cuando toda actividad minera haya desaparecido de aquí y tal vez sólo quede un monolito, alguna fachada, y un par de edificios que den testimonio de lo que aquí hubo, en los libros de historia las nuevas generaciones encontrarán en esta mina el primer hito de la lucha obrera contra el Franquismo, el mito fundacional del sindicato CCOO, como ha referido en no pocas ocasiones su fundador, el histórico dirigente Marcelino Camacho. En enero de 1957, un grupo de trabajadores, encabezado por un conocido falangista, un comunista clandestino, un militante católico y otros mineros sin ideología confesada, plantó cara a la dirección de la empresa en unos tiempos en que eso resultaba impensable. Se saltaron a la torera la verticalidad del sindicalismo oficial para fundar una comisión obrera. La madre de todas las comisiones obreras. Ganaron la batalla. Marcaron un punto de inflexión en la lucha antifranquista y escribieron, negro carbón sobre blanco, el primer capítulo de una larga marcha hacia la democracia y por los derechos de los trabajadores.

Si la minería siempre tuvo fama de roja, La Camocha ha contribuido a que así sea, aunque sus trabajadores alegan que la solidaridad obrera está en horas bajas. Aunque este año en que se han celebrado los 50 años de aquel episodio, los trabajadores organizaron protestas y se encerraron ocho días en la octava planta, a 600 metros de profundidad. Los tres sindicatos, CCOO, UGT y CSI, exigían así los pagos pendientes a los trabajadores. La empresa adeudaba la mitad del salario de enero, la paga del 1 de mayo y la nómina de agosto de todos los empleados. Los mineros tiraron de manual y llevaron a cabo una acción extrema. Ocho días bajo tierra hasta obtener una respuesta que por otras vías se había negado. El sindicalismo de La Camocha cerró así su particular círculo histórico en los tiempos previos al cese de la producción.

Pero más allá de las batallas laborales, La Camocha vivió tiempos de apogeo que hoy tienen más significado, cuando el silencio recorre las instalaciones. "Antes todo esto era muy ruidoso", explica Amable, en medio de la sobrecogedora paz de las proximidades del lavadero de carbón, a la luz del sol. La explotación era un ir y venir de gentes, hasta 1.600 personas empleadas, cuando ahora sólo son 146, gran parte personal de oficina. "Cuando yo trabajaba abajo, tardaba cuarenta minutos andando desde donde me dejaba la jaula hasta donde tenía que ir", indica Amable, explicando las dimensiones de la mina hace algo menos de veinte años. Otros compañeros incluso se desplazaban en vagones. Recuerda también que había problemas de aparcamiento cuando se producía el relevo de turno a las de la mañana. Ahora sólo hay un turno, y bastante. "Se hizo el poblado de La Camocha a propósito para la mina, pero ahora están levantando unos adosados que valen 70 kilos", indica el también veterano picador Manuel Ángel, quien recuerda otras notas pintorescas: "Había bares, siempre llenos, pero han cerrado. Hasta hubo cass de putas y también cerraron", añade. De hecho, los datos de producción cantan. Hace poco más de diez años, salían cada día 2.700 vagones repletos de carbón, cuando hoy no se recogen ni cien. Hace cinco años, el contrato todavía era de 120.000 toneladas de carbón anuales. Llegó a ser de 150.000 en los años ochenta, pero en los últimos tiempos no llegaba a un tercio de esta cantidad.

"Té da mucha pena que por culpa de que no haya habido un empresario que tirase para adelante llevemos años agonizando", denuncia Manuel Ángel. Un deterioro progresivo, con caídas de personal paulatinas ybajadas de producción muy significativas, más acusadas desde hace cinco años, cuando los mineros tuvieron conciencia de que la mina iba a pique. Y no por agotamiento. "Todavía hay carbón de sobra. Aquí tendríamos trabajo hasta el 2Q50 y luego otros cincuenta más", ironiza Juan Carlos. Hoy todo se ha acabado. "Sientes impotencia generalizada, te viene todo dado, se negocia en Madrid y aquí en el comité te llevas los palos de la empresa y de los compañeros", se confiesa Amable asumiendo su papel de representante de los trabajadores y tras 22 años en La Camocha, donde ha trabajado ocho en el interior de la mina y el resto en el exterior, en el lavadero. Ahora se marcha "con nostalgia: dejo aquí media vida. No es una mina cualquiera, es emblemática, generó muchos empleos y ahora cierra por cuestiones políticas".

El nuevo año llega con unas directrices muy claras. A falta de que los accionistas decidan el viernes 28 algún detalle del proceso, las lineas maestras del desmantelamiento ya están definidas. 2008 será el año del cierre definitivo. Ya el pasado 2 de diciembre vivieron su última festividad de Santa Bárbara, con un sabor más agrio que nunca. Poco a poco, todos los mineros irán desfilando. Una veintena se prejubilarán, como el picador Manuel Ángel, con 42 años: "Dentro de lo que cabe es una lotería. Aunque la gente se cree que cuando esto cierre quienes nos llevaremos el dinero seremos los mineros, que sólo somos asalariados", rectifica. Los demás se recolocarán en Hunosa según les vayan llamando para cubrir plazas vacantes. Un goteo incesante que despoblará La Camocha. Pero también, a partir del 31 de diciembre, los otros pozos españoles que cesan su actividad: Minas de Valdeloso, Unión Minera del Ebro, Mina La Sierra, Carbones Pedraforca y los asturianos Jovesa y Minas del Principado. En La Camocha, uno a uno, los pocos mineros que todavía quedan dirán adiós al yacimiento de carbón. "Pero vaya donde vaya, yo seguiré siendo de La Camocha", reivindica Juan Carlos, como un orgulloso socio de un club de fútbol.

Se acaba también la visita a la mina. Montamos de nuevo en la jaula para ascender medio kilómetro, esta vez compartiendo espacio en el elevador con montones de carbón. Una hora y media después de haber bajado, el monstruo te devuelve a la cegadora luz del sol convertido en un deshecho humano: sucio, sin aire, con las manos ásperas y tremendamente mareados por el ir y venir del ascensor de planta en planta. Si escupes, escupes negro. Si te suenas, el rastro sobre el pañuelo es negro. Si piensas en las profundidades de la mina, todo es negro. Tan negro como el porvenir de mina La Camocha y del carbón español.


La Camocha medita un nuevo futuro sin minería

Un simpático e-maíl navideño recorre estos días las bandejas de los servidores de Internet. Se trata de una reivindicación de la figura de los Reyes Magos frente a Papá Noel. Un alegato en favor de estos "venerables ancianos que llevan dos mil años con su PYME" frente al invasor globalizador que impulsó Coca Cola basándose en Santa Claus. Entre los ingeniosos argumentos para defender la figura de sus majestades de Oriente figura éste: "Los Reyes Magos son de los poquísimos usuarios que mantienen en pie la minería del carbón en Asturias. No lo han cambiado por gas natural ni bombillas horteras". Se trata de un guiño curioso, pero en el trasfondo existe un símil entre lo que este correo electrónico pone de manifiesto y lo que ocurre en la mina La Camocha. La globalización se impone. Los tiempos cambian. Para los mineros de la explotación gíjonesa "el carbón que vendrá desde China o Ucrania será más barato, pero que tampoco se crean que tanto". En todo caso, tienen claro que este mundo globalizado, de carbón asiático y papá noeles navideños no se asienta sobre bases justas, acaba con oficios emblemáticos -también los astilleros, apuntan- y pasa como una apisonadora sobre los puestos de trabajo. Ellos buscarán ahora la recolocación en Hunosa. No es que quedarse en la minería garantice un futuro, tal como están las cosas, pero sí cambian algunos matices: "Estar en Hunosa te da más estabilidad".

¿Y los terrenos? Sonríen. A apenas cinco minutos de Gijón, esperan cualquier cosa. Lo único que se ha anunciado, cuando el desmantelamiento de la mina culmine, será el levantamiento de un parque científico y tecnológico. "Por lo menos que se creen puestos de trabajo", esperan estos mineros. El proyecto anunciado reserva para este espacio el segundo Parque Científico y Tecnológico de Gijón, ya que el de Cabueñes no tiene capacidad para más ampliaciones. El objetivo pasa por atraer a empresas relacionadas con la investigación y las nuevas tecnologías. El papá noel de la modernidad empresarial. "El carbón ya no es rentable, nos dicen". El primer mundo no se tiene que ocupar de estas cosas, tiene que apostar por la tecnología punta. Y Gijón no se quiere quedar atrás. Este nuevo espacio empresarial podría desarrollarse a través de una empresa mixta, con participación pública.

El Ayuntamiento ha manifestado que quiere preservar algunos de los edificios existentes.

En este espacio, además de carbón -y mucho- hay recursos aprovechables. Se trata del agua, que se filtra en las galerías, que tiene que ser convenientemente despejada para el trabajo de extracción que se ha venido desarrollando. El histórico dirigente del SOMA, José Ángel Fernández Villa, alertó en agosto sobre las posibilidades que tiene el aprovechamiento del agua subterránea y la explotación de sus acuíferos, así como la de gas metano. No todo es I+D+i.

 
   
Índice
 
Adiós a La Camocha, larga vida al carbón
OviedoDiario, 22 de diciembre de 2007

Luis José de Ávila

El próximo día 31 cesa como empresa la mina de La Camocha en Gijón, ésa de la que la canción dice que su carbón va bajo el mar. Una explotación mítica en la minería asturiana, creada en su día por la familia de origen langreano de los Felguerosos y que dio mucho trabajo y riqueza a la zona.

A lo largo de mi vida profesional como periodista tuve ocasión de realizar reportajes en La Camocha y de escribir mucho sobre ella. En este artículo de urgencia para 'OviedoDiario' debo recordar, primero, la figura de una persona que fue clave en la historia de esta explotación minera. La del gijonés Jesús Riva Batalla, quien estuvo como director de la explotación desde 1939 a 1980, jubilándose con setenta y siete años. Diseñó el nuevo pozo, inaugurado por el general Franco en 1940, ya que el dictador era muy amigo del entonces dueño de La Camocha, el empresario gallego Pedro Barrié de La Maza, propietario de FENOSA y del Banco Pastor y dirigió hasta 1980 la mina en la que en los últimos dieciocho años contó como director de explotación con el ingeniero de minas Luis Tejuca Suárez, posteriormente presidente de HUNOSA.

Jesús Riva Batalla, suegro, por cierto, del ex concejal ovetense José María Fernández del Viso, aplicó en aquellos difíciles años una interesante política social y de diálogo con los representantes sindicales, no sólo con los oficiales del sindicato vertical, único entonces existente, sino también con auténticos y naturales líderes obreros que allí comenzaron a surgir, incluso acogiendo en la plantilla a despedidos, por razones políticas, de otras explotaciones. No fue extraño, por tanto, que en 1962 surgiera en las profundidades de mina de La Camocha el embrión de lo que inmediatamente se constituyó en España como un sindicato clandestino pero poderoso: Comisiones Obreras.

Uno de los principales dirigentes sindicales que tuvo La Camocha, hasta su jubilación, fue José Antonio García Casal, conocido como 'Piti'. Perteneció a CC.OO. y al Partido Comunista, siendo un verdadero maestro en el diálogo y la conciliación -procedía como tantos otros dirigentes sindicales de la JOC (Juventud Obrera Cristiana)- y que posteriormente fue fichado por José Ángel Fernández Villa para el PSOE y el SOMA-FIA-UGT llegando a ser jefe de gabinete de Juan Luis Rodríguez Vigil cuando éste fue presidente del Principado, y encargado por la FSA hasta hace unos meses como responsable de la gestora del partido socialista en Siero. Mi relación profesional con 'Piti' hizo que derivase en una amistad que se mantiene con el paso de los años, reuniéndonos de vez en cuando en su retiro de Hevia (Siero) para recordar aquellos tiempos.

No puedo, por menos, también recordar la única vez en mi vida en que bajé al interior del pozo de La Camocha. Fue por 1978 con motivo de una visita privada que el entonces líder de la oposición Felipe González hizo a la mina. Gracias a los buenos oficios de Antón Saavedra, a la sazón secretario general de la Federación Minera de la UGT, Jesús Riva permitió que acompañara al político socialista, y el entonces director de explotación Luis Tejuca, que luego sería mi jefe durante casi nueve años en HUNOSA, nos introdujo por los lugares más recónditos y difíciles de la explotación y, por primera vez en su vida, Felipe González conoció de verdad una mina asturiana. De tal visita me salió un excelente reportaje que publiqué en La Voz de Asturias, de la que era redactor, y dimos unas fotos a la agencia EFE que distribuyó por toda España. En una de ellas Felipe y yo, vestidos de minero, posábamos juntos, por lo que durante un tiempo salí en muchas publicaciones nacionales como 'el desconocido acompañante de Felipe González a una mina asturiana'. Fue tan intensa la visita del líder socialista a la mina que luego tuvo que estar un día en la cama en el hotel de la Reconquista, aquejado de una leve flebitis.

En este artículo no puedo por menos recordar a dos mineros de La Camocha, ya veteranos jubilados, como Pepín Sánchez, de Laviana, que inició su andadura profesional en el pozo Carrio, y que siente tal amor por la mina que hasta de su propio bolsillo creó un pequeño museo de la minería en un local de su propiedad en el barrio de La Arena en Gijón, teniendo todos los recortes habidos y por haber con temas del sector así como la mejor colección de lámparas mineras que conozco. ¿Y que decir de Gelín, el comunista? Técnico de minería, conocedor como pocos de esta explotación de La Camocha, trabajó en ella hasta su jubilación, llegando incluso a estar despedido en varias ocasiones por sus actividades políticas como dirigente del por entonces ilegal Partido Comunista. A través del que fuera su jefe, y el mío, Luis Tejuca, nos hicimos muy amigos y siempre que nos vemos no me pasa el tiempo escuchando sus historias mineras en aquellos duros tiempos de la posguerra civil.

En fin, nada es eterno sobre la faz de la tierra, y el próximo día 31 mina La Camocha será solo historia. Por su consejo de administración pasaron ilustres personajes como el belga Marcelo Llorinsen, que fue consejero delegado; José López Muñiz, cuando era presidente de la Diputación de Asturias y representaba a las cajas de ahorros en Minero Siderúrgica de Ponferrada, ya propietaria de La Camocha; Alfonso García Argüelles, excelente ingeniero de minas allerano, que de ejecutivo de HUNOSA fichó por la MSP, Pepín Martínez Prieto, de Mieres, que fue director comercial varios años de la MSP; hasta terminar en Víctor Zapico, ex consejero de Industria del Principado, y que es el último gerente de La Camocha. Con el año 2007 se va La Camocha. Pues larga vida al carbón, que cada vez se cotiza más,y que el 2008 sea muy venturoso para todos ustedes.

 
   
Índice
 
La Camocha, una leyenda con historia
La Nueva España, 25 de febrero de 2007

Se cumple medio siglo de la huelga de 9 días en el pozo gijonés que desafió al franquismo, considerada el mito fundacional del sindicato CC OO

Oviedo, J. C. Iglesias

Casimiro Bayón, a la izquierda, en una foto tomada en 1956 ante el castillete de la mina de La Camocha. Bayón ya era militante del PCE. A su lado, otro minero identificado únicamente por su nombre de pila, Fermín.
 
En enero de 1957 un falangista conocido, un comunista clandestino, un militante católico, un socialista de corazón y un minero sin ideología declarada plantaron durante nueve días cara a la dictadura franquista. Su acción, con el respaldo de casi 1.500 trabajadores de La Camocha, dio origen a un mito: la mina gijonesa fue la cuna de Comisiones Obreras.

De aquel conflicto se acaban de cumplir 50 años. En estas cinco décadas la leyenda creció alimentada por la literatura de la resistencia. Protagonistas y estudiosos coinciden en calificar aquellos hechos de «mito fundacional» del sindicato. Pero también comparten que aquella leyenda tiene su historia. Y muchos nombres propios.

Casimiro Bayón González es uno de ellos. Nacido en 1925 en La Foyaca (Langreo), se trasladó, como tantos otros mineros de las Cuencas, a trabajar a La Camocha, emergente explotación hullera de la posguerra. Era trabajador, considerado como buen compañero y con dotes de liderazgo. Además, desde 1950 era militante comunista.

En 1956, el PCE le responsabilizó de canalizar la lucha antifranquista en La Camocha. Y en enero de 1957 se presentó la ocasión. «Yo era activo, no estaba fichado y se daban las condiciones necesarias para dar un paso al frente», recuerda Casimiro Bayón en conversación telefónica desde su casa en Campello (Alicante), donde reside desde 1984.

La posguerra asturiana había sido especialmente cruel y larga. La dura represión y los «fugaos» en el monte retrasaron la articulación de una oposición sindical y política que plantase cara al franquismo. Antes de 1957, ya se habían generado conflictos laborales, con huelgas de brazos caídos y con algún resultado exitoso.

Pero en La Camocha de enero de 1957 se daban las condiciones necesarias para articular una respuesta más sólida. Las demandas de los silicóticos, las quejas por el trabajo en las galerías anegadas por el agua y el desacuerdo con el precio de los destajos desencadenó el pulso con la dirección de Solvay, propietaria de la explotación gijonesa.

Los mineros, sus familias y los habitantes de la parroquia gijonesa de Vega, asentados en un hábitat social con sólidos mecanismos de solidaridad, hicieron el resto al respaldar las demandas laborales.

La dirección del PCE apostó por la creación de comisiones de trabajadores como mecanismos de interlocución en los conflictos laborales, que orillasen al sindicalismo vertical franquista. Era su estrategia. Los precedentes de Jerez, Vizcaya y Asturias respaldaban esta fórmula.
Y ahí es donde Casimiro Bayón toma las riendas. En enero de 1957 se crea la comisión de La Camocha para negociar las demandas de los mineros, en la que se integran trabajadores de prestigio. Es decir, honrados, cumplidores en el tajo y con capacidad de mando. Bayón compartió ese liderazgo con Gerardo Tenreiro, un falangista gallego que combatió con la División Azul, y con Pedro Galache, un minero sin adscripción ideológica conocida, «pero buen orador y mejor persona», recuerda Bayón. Los historiadores sitúan también a otros dos trabajadores como integrantes de esta comisión. Se trata de un miembro de las Juventudes Obreras Católicas (JOC) identificado como Francisco «El Quicu» y otro joven minero, del que se desconoce su identidad, y considerado un socialista sin carné. «Nos tenían como gente formal, seria y trabajadora, con prestigio», puntualiza Bayón, «Tenreiro era más voceras, pero daba la cara; Galache, un hombre sensato, con formación y con muchísimo prestigio».
Aquella «comisión obrera» negoció durante nueve días las mejoras laborales ante representantes de la empresa y del Gobierno civil. «Trataron de romper la huelga, diciendo que era política, cosa de los comunistas, pero la gente no se echó para atrás y todos aguantamos», rememora Bayón.

Al que menos gustaron aquellas acusaciones de comunista fueron al divisionario Gerardo Tenreiro. Ante los directivos de La Camocha y los representantes del Gobierno, el falangista gallego se desabrochó la camisa y mostró las heridas de guerra. «Y les espetó que cómo le podían acusar de comunista a él que había ido a luchar con los nazis en la ofensiva contra la Unión Soviética», recuerda Casimiro Bayón.

Aquella escena protagonizada por el falangista Tenreiro fue un salvoconducto para el movimiento huelguista de La Camocha. En conflictos posteriores, como las huelgas de 1962, la presencia de personas vinculadas al franquismo y militantes cristianos en las comisiones de obreros fue un blindaje de cara a la interlocución con empresarios y autoridades de la dictadura.

La huelga fue un éxito y eso abrió las puertas al mito. Tras nueve días de paro, las demandas fueron atendidas. ¿Por qué cedieron? «Porque temían que se encendiese la chispa y hubiese más conflictos, pero en otras circunstancias no hubiesen cedido», argumenta Casimiro Bayón.

Los principales estudiosos del movimiento obrero asturiano identifican otros factores que contribuyeron al triunfo del conflicto de La Camocha: una cultura de resistencia, una nueva generación de mineros jóvenes que se incorporan a la lucha antifranquista (unos de izquierdas, otros de organizaciones católicas), una actitud «flexible» de la empresa ante el diálogo, la presencia de directivos y técnicos (el ingeniero jefe Jesús Rivas Batalla o el jefe de personal Laudelino Salgado) que abrieron las puertas a trabajadores fichados por su militancia política o sindical, y la existencia de fuertes lazos sociales en la parroquia de Vega, que incluso se extendía a los guardias civiles y sus familias.

Rubén Vega, uno de los historiadores que con más detalle ha estudiado el movimiento obrero asturiano, considera que «tiene un cierto sentido que se haya escogido La Camocha como el mito fundacional de Comisiones Obreras, pero sus promotores nunca hubieran pensado ni en el mayor de sus delirios que hubiesen fundado un sindicato».

 
   
Índice